Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
vendavales de dolores
traen sus olas turbulentas.
Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres
que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza;
viene henchida de agonías;
¡ya se acerca!
Es el grito del espanto del minero que sucumbe
asfixiado por el fuego, en la entraña de la tierra,
siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja,
no dejando más que el hambre
por herencia.
Es el grito del que cae de una cumbre del palacio,
jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra,
donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos
cuando vayan mendigando
por las puertas.
Es el grito sin consuelo de la inmensa desventura,
de la virgen que se vende, de la virgen que se entrega,
fustigada en su abandono por el látigo del hombre,
y agobiada de cansancio
y de miseria.
Es el llanto de amargura de la infancia sin amparo,
que tirita, escarchada por el hielo su cabeza,
disputando fieramente con los perros vagabundos,
el mendrugo enmohecido,
de la cena.
Son los ayes de los pobres desvalidos viejecitos
que agotaron, trabajando como honrados, la existencia,
y se mueren solitarios en rincón abandonado,
siendo escarnio de los hombres
su tristeza.
Son los gritos de los seres humillados y vencidos
que formaron hondos mares con sus lágrimas de pena;
¡hondos mares tormentosos de corrientes desbordadas!
donde rugen huracanes
y centellas.
Ya se escucha en las orillas
el rumor de la marea;
no habrá rocas, ni aún las altas,
que resistan los embates de sus olas turbulentas;
viene henchida de agonías.
¡Ya se acerca!...
Nota. Se recomienda la lectura del siguiente comentario:
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)