Cuando la muerte tienda sus alas
sobre las sienes de mi cabeza,
y con sus duros labios de esfinge
bese mi frente pálida y yerta.
Cuando en sus brazos llegue a enlazarme,
y mis oídos oír no puedan,
y mis palabras no hallen sonidos,
y mis pupilas se queden ciegas.
Cuando ya nada del mundo pase
por los umbrales de mi conciencia,
recostada junto al abismo,
espere solo la paz eterna.
En ese instante supremo, el alma
mandará al cielo su luz postrera,
la última ráfaga de sentimiento,
la última chispa de inteligencia.
Con esa chispa, con esa ráfaga,
como fatídica visión horrenda,
irá el recuerdo, vivo y perenne,
de la católica romana iglesia...
y por encima de mi sepulcro
surgirá entonces mi anatema,
grito del alma que, eternamente,
irá diciendo: ¡Maldita sea!
Escrita en 1910, revisada en 1917.
Para que se publique al otro día de mi muerte.
José Bolado, El cuerpo de los vientos. Cuatro literatos gijoneses, Gijón, GEA Distribuciones Gráficas, 2000, pp. 79-80
(1) Iba acompañada del siguiente texto: «Ultima poesía de doña Rosario, que depositó en manos de una joven de Tremañes a quien profesaba gran cariño, para que se publicase cuando muriera, y que me honro en publicar».
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)