Pobre astroso, vete lejos; no te acerques, quita, quita;
los harapos que te envuelven van la mugre chorreando;
donde pisas vas manchando…
no te acerques, que me ensucias la levita.
Tienes hambre, y el bostezo de tu boca
echa un vaho de aguardiente
que a la gente que es decente
le da náuseas, le repugna, la sofoca.
Vete pronto de mi lado, «golfo» inmundo;
eres carne de presidio u hospital;
me das asco, hueles mal.
¿Quién te envía, ¡miserable!, sobre el mundo?
EL GOLFO
Ya me marcho; no te asustes: tu levita,
ese pingo bien cortado,
tan lustroso y tan planchado,
que el olor de la carroña no te quita,
no será por mí manchado.
En presidios u hospitales o me pudro, pero muero,
mientras tú vives podrido;
que tu corazón entero
de gangrenas y gusanos es un nido.
Eres siervo de ti mismo;
hasta el cuello y los zapatos te agarrotan,
y en tu alma ¡cuánto abismo!
¡qué de ambiciones rastreras
se entrecruzan y apelotan
amasadas en el fondo de tu bárbaro egoísmo!
Me preguntas quién me envía sobre el mundo, ¡desdichado!,
¿no conoces tu pecado?
Soy engendro de tus horas;
con tus vicios y pasiones destructoras
a la senda de la vida me has lanzado;
soy piltrafa de tus carnes, y mi aliento
es el vaho que trasuda tu corrupto pensamiento;
soy tan vago y tan astroso
por ser tú tan sibarita y vanidoso;
que en el límite borroso
donde acaban y terminan las harturas y hermosuras
surgen siempre las vilezas.
¡Desde las altas grandezas
a las míseras honduras
los seres van enlazados en cadena sin roturas!
EL VIENTO
¿Dónde llevo estas palabras estridentes, maldicientes,
estos ecos de furores y dolores
que han llenado de rencores,
de los valles de la tierra, los ambientes?
¿En qué pluma de mis alas transparentes
podrán prenderse estos gritos,
que van sonando malditos,
como fatídicos ritos,
por los campos y ciudades
pregonando de los hombres las maldades?...
¡Con mi carga abrumadora, voy volando, voy volando!...
se va la tierra achicando
ya sus valles y montañas
forman penumbras extrañas
entre las nieblas veloces que los van difuminando
.........
¡Ya estoy libre en los espacios!...
El sol extiende en el cielo,
con el fulgor de sus llamas, anchas cintas de topacios;
no se ven, donde yo vuelo,
ni cabañas ni palacios;
¿qué se hicieron los sonidos maldicientes
que envenenan de la tierra los ambientes?
En las plumas de mis alas transparentes
no se escuchan ya rumores de rencores ni agonías;
¡Armonías emanadas de moradas inmortales,
donde no resuena el grito
de las míseras pasiones terrenales!
¡Melopea que se extiende en los cielos siderales
llevando calor y vida a través del infinito:
en sus escalas, rimadas con vibración argentina
cada mundo da sus notas en los siglos prefijadas!...
¡Ni placeres ni dolores en sus ecos se adivina!
¡Todas son notas sagradas, engarzadas
en los acordes eternos de la creación divina!