Los hombres hacen reyes, y esclavos, y verdugos
y artífices, y sabios, y mártires, y atletas,
y a veces hacen santos, y a veces hacen dioses;
pero jamás los hombres hicieron los poetas.
En los ignotos senos que engendran toda vida,
en la región augusta del misterioso sino,
en donde el sabio duda y el ignorante calla,
donde el creyente adora el resplandor divino.
Allí donde los ímpetus de la soberbia humana
analizar no pueden, ni pueden razonar,
allí se enciende el rayo cuya luciente estela
en alma de poeta se habrá de transformar.
Afán de lo absoluto, nostalgia de lo eterno,
imágenes celestes, ensueños del placer,
todo el raudal glorioso del inmortal destello
inunda el pensamiento del escogido ser.
Y como el más preciado de todos estos dones,
otórgase al poeta el alto don de amor,
y en amorosa llama irá su vida dando,
pues amará en la dicha igual que en el dolor.
¿Qué son sus cantos todos sino el amor ardientes?
Su corazón entero al mundo quiere dar;
y desde el astro hermoso a la sencilla rosa
sus labios van besando al son de su cantar.
Las glorias, las virtudes, los héroes que pasaron
en los remotos siglos nos hacen conocer,
y al ir, del universo buscando la armonía,
el ritmo nos descubren en su vibrante ser.
Y en el oscuro abismo del porvenir lejano
encienden los destellos del plácido ideal;
son sus endechas mieles que endulzan los pesares,
hay algo en los poetas que evoca lo inmortal.
Su sexo, sus edades, sus patrias y sus tiempos,
son condiciones sólo de su esencial virtud,
la humanidad camina, y en la vanguardia humana,
son astros los poetas de excelsa magnitud.
Los hombres hacen reyes, y esclavos y verdugos,
y artífices, y sabios, y mártires y atletas,
y a veces hacen santos, y a veces hacen dioses;
pero jamás los hombres hicieron los poetas.
Para saber más acerca de nuestra protagonista
Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)