Ya de tu vida la risueña aurora
comienza a fulgurar, como esas rosas
frescas y ruborosas,
de esencia halagadora,
que el sol naciente con sus rayos dora.
Ya viniste a la tierra
dejando en los alcázares del cielo
las alas inmortales
con que tendiste en lo perenne el vuelo.
Espíritu indeciso, vacilante,
que allá en lo eterno de la vida,
en tenues vibraciones, ondulante
cruzabas los espacios
como antorcha encendida
de Dios en los magníficos palacios;
ya estás entre nosotros; bien venida
alma o destello, esencia o derivante,
de la Suprema Luz, desconocida
en los valles profundos
de este planeta hermano de otros mundos.
Todo tu ser se agita ya en la tierra,
y todo cuanto encierra,
lo mismo allá, en sus fúlgidas alturas
que en sus negras honduras,
es patrimonio de tu vida humana.
¡Alma que naces hoy, busca el mañana!...
¡Oh sombra de la muerte,
no eleves tu fallida silueta
sobre esa vida flébil
que arriba a las orillas del planeta!
Déjala caminar con firme paso
de su oriente a su ocaso;
déjala conquistar, una por una,
las gradas de ese trono
que la razón levantara en su cuna;
déjala consumir el fuego interno
que arrancó a sus orígenes divinos,
cumpliendo los destinos
trazados por la leyes de lo eterno.
Como ráfaga leve
de una lejana estrella
que entre las nieblas sin cesar se mueve,
de tal manera, al alma de ese niño
se la mira brillar, luciendo breve.
Bien venida a la lucha,
si aporta una energía inconmovible;
¡ay de ella si con ímpetu sensible
la voz de la pasión tan solo escucha!
Se arrollará a sí misma, y sin aliento
trémulo y vacilante el pensamiento,
oscurecida la razón severa,
unas veces ligera,
otras cruel, alguna sanguinaria,
en horas vanidosa
y siempre estrafalaria,
poco a poco volviéndose envidiosa,
primero consentida por el vicio,
después, a su pesar, llorando hastiada,
olvidará el deber del sacrificio,
y siendo en su conciencia despreciada,
arribará a la muerte
no altiva, y digna, y resignada, y fuerte,
sino humillando con pavor insano
su pensamiento humano
ante un poder estúpido e inerte
de turbadas conciencias soberano.
Bien venida, si guarda en el arcano
del porvenir, esa alma hoy misteriosa,
una fuerza grandiosa,
destello inmaterial, ráfaga ardiente,
onda sonora del cénit traída,
que late, conmoviéndonos la vida
con un ritmo elocuente,
y brilla en nuestro frente
con fúlgido matiz, y una templanza
de tan suave bonanza,
que entreabre el infinito de los cielos
y nos llena de plácidos consuelos
al llevar hasta Dios nuestra esperanza...
¡Oh, inteligencia! ¡Rastro del empíreo
donde la luz de lo Absoluto brilla!
Tu poder maravilla;
¡a tu voz prepotente
la razón s levanta,
el corazón emocionado siente,
el pensamiento humano se agiganta
y el Sumo Bien Eterno se presiente!
¡Ven con tus leves átomos de lumbre!
¡Sobre ese débil ser, que a nuestra vida
acaba de llegar, vierte los dones
que en la inmortalidad al hombre dejan!
Que en su frente dormida
con éxtasis ajeno de emociones
resbalen, sin herirle, las pasiones;
y en la lucha tenaz y embravecida
que habrá de confirmarlo en la existencia,
sálvalo, ¡Inteligencia!
de llevar la conciencia pervertida
Hazle duro al dolor cuando él lo sienta,
débil al llanto, o pena, del amigo;
que la maldad descubra y la presienta,
y sepa perdonar al enemigo,
teniendo por afrenta
dar con sus propias manos el castigo;
sereno en el combate,
y estoico en la alegría,
que solo en ti sus esperanzas lleve,
y si en las horas de apacible calma,
en la dulce ilusión meciera el alma,
al recibir el desengaño aleve
levanta en su conciencia
el panorama espléndido del mundo;
¡sálvale de dudar fuerte y profundo!
que nunca llegue a odiar, ¡oh, inteligencia!
Niño: cuando esas brumas que te mecen,
el sol de mayo, en primavera hermosa,
disiparlas consiga,
y en juventud dichosa
sientas la vida que en tu ser rebosa,
tal vez tu pobre amiga
dormirá el sueño eterno allá en la fosa.
Mi voz, si eco alguno,
te será tan extraña,
que acaso pienses en que fue patraña,
o inventada conseja
lo que de mí en tu infancia te contaron.
... ¡Si le llegara a ver aun siendo vieja!...
Feliz si, como cuento o fantasía,
tu fe en mi fe sus ilusiones fía,
y al llegar a la cumbre de tus horas,
cuando el ayer en el recuerdo quede
y el presente ruede,
como audaz torbellino,
lleno de luz y luchas tu destino;
cuando en esas alturas
que arrojan en la sombra los treinta años,
veas surgir estériles llanuras
llenas de iniquidades y de engaños,
feliz si cual leyendo, mi memoria
surge, con mis palabras, a tu paso;
feliz si, llega el caso
en que al calor de generosa idea
fijando en los espacios tu mirada,
al hundirse tu vida en el ocaso,
el alma de lo bueno enamorada,
dice, pensando en mí ¡Bendita sea!
5 de junio de 1885