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Tribunales de venganza

Drama trágico-histórico en dos actos y epílogo

Original  y en verso de

ROSARIO DE ACUÑA DE LAIGLESIA

Estrenado en el TEATRO ESPAÑOL el 6 de abril  de 1880

__________

Madrid: Imprenta de José Rodríguez, 1880

 

 

 

 


 

AL EXCMO. SEÑOR

 

DON ANTONIO ROS DE OLANO

 

en prueba de la admiración que le profesa

La autora

 


ANDREA, 26 años -Dª Elisa Mendoza Tonorio

GUILLÉN SOROLLA, 24 años - D. Rafael Calvo

ASAIL, árabe (36 años) - D. Donato Jiménez

DON LUIS CABANILLAS, noble, 38 años - D. José Luna

VICENTE, agermanado - D. Ricardo Calvo

Primer agermanado - D. Alfredo Calvo

Segundo agermanado - D. Fernando Calvo

Tercer agermanado - D. Fernando Corral

CAPITÁN - D. José Calvo

2º capitán - D. Pedro Moreno

PAJE - Dª Ana Gallardo

SOLDADO AVENTURERO - D. Mariano Jiménez

FRAILE - D. Jorge Bucero

Soldados, heraldos, pajes, jueces, verdugos, frailes y pueblo.

 

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La acción pasa en el siglo XVI, en los años 1519 y 1522. El primero y segundo acto en Valencia y el epílogo en Játiva.

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Nota. Véase Historia de España de D. Modesto Lafuente, Parte 3ª, libro 1°, capítulo VIII, páginas 261 y siguientes hasta la 292. El capítulo se titula Las germanías de Valencia.

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Todos los versos que llevan asterisco pueden suprimirse en la representación.

 

 

ACTO PRIMERO

 

Casa humilde de artesano. A la derecha del espectador, en primer término, una chimenea sin lumbre, pero con leña: segundo término, una puerta. A la izquierda del espectador, primer término, un telar de la época, segundo término una puerta. Telón de fondo, en el frente un balcón con barandilla baja y practicable para saltar por ella. Sillas y taburetes de la época; mesa cerca de la chimenea, vasos y botellas en la mesa. Al empezar el acto es de día, pero en la primera escena anochece y entran una lámpara encendida: el balcón cerrado.

 

ESCENA PRIMERA

SOROLLA, VICENTE, l.º, 2.º y 3.º AGERMANADO, más otros dos que no hablan. Sorolla y Vicente sentados alrededor, dejando su colocación a cargo del director de escena.

 

 

VICENTE. Cuantos detalles pides, esta noche

en casa de Lorenzo te daremos,

y si no quieres ir...

 

AG. 1.º (Interrumpiendo.) Lo cual sentimos...

 

VICENTE. Cuando se empiecen á contar los hechos

de la gran Germania valenciana,

sabrás nuestra intención, nuestros proyectos.

 

AG. 2.º ¿Te decides o no?

 

SOROLLA.                          Y bien, supongo

que por fin consintiera en vuestro empeño,

pobre artesano soy, sin más riquezas

que las escasas que al trabajo debo,

ni la fama se ocupa de mi vida

ni más blasones que mi nombre tengo.

¿Dónde está mi valer, ni qué servicio

a esa noble hermandad prestarle puedo!

 

VICENTE. ¡Vive Dios! no. Guillen, tú puedes mucho,

tu vasta ilustración, tu gran talento...

 

AG. 2.° Al brillo que despiden tus virtudes,

al fulgor de tus nobles pensamientos

podrán mirarse las grandezas todas

que ocultas guarda el generoso pueblo.

 

AG. 1.º ¡No abandones, Sorolla, a tus hermanos!

 

VICENTE. Otra causa mejor jamás la vieron

los que la historia escriben: la justicia

al combate nos llama.

(Entra Asail con una lámpara encendida que deja sobre la

mesa, y se va por la izquierda, que es por donde salió, llevándose

las botellas vacías.)

 

SOROLLA.                         No comprendo

que se pueda acudir a los desmanes

sin intentar, por bien, poner remedio.

 

VICENTE. La junta de los trece á quien pensamos

dar el sumo poder, verá de hacerlo,

pero si ella nos manda que a las armas,

a las armas, Guillen, acudiremos.

 

SOROLLA. (En tono de reproche.)

Un rey se sienta en el hispano trono.

 

VICENTE. Por desgracia ese rey nació extranjero...

 

AG. 1°. (Interrumpiendo.) Y emperador de tierras bien lejanas,

se aconseja no más de los flamencos.

 

SOROLLA. (Con arrogancia.)

¿Y desde cuándo ala extranjera gente

el altivo español le tuvo miedo?

Si el austriaco don Carlos con orgullo

quiso regir los españoles reinos

trayendo las costumbres de su patria,

no con desdenes se pondrá el remedio

que más aumentará su camarilla

cuanto más se convenza del desprecio.

 

AG. 1° (Ap. al segundo.) (Mírale, resplandece su figura.)

 

AG. 2. (Ap. al primero.)

(Y al par que admiración causa respeto.)

 

SOROLLA. El desdén ignorante que demuestran

a extraño rey los castellanos pueblos

risible cobardía me parece,

que él es uno no más y muchos ellos.

 

VICENTE. Son tantos los desmanes que sufrimos,

es tanta la justicia que queremos,

que ese rey ambicioso de victorias

tuviera que olvidarlas mucho tiempo: (Con intención.)

y ya lo ves, en guerras dispendiosas

con el afán de glorias y trofeos,

pasa la vida sin que nunca llegue

libertad y justicia á concedernos.

Valencia, esta Valencia de los Cides

gime oprimida por feroces dueños...

 

AG. 1.º Los hijos de la bárbara nobleza,

gobernando á su antojo nuestro pueblo

sin conocer autoridad ninguna,

pues sólo el rey pudiera contenerlos,

de sus pasiones escuchando el grito,

ni honra ni vida respetar supieron,

y con ultrajes viles nos ofenden

sin que el castigo conseguir logremos.

 

VICENTE. (Levantándose.) Esposas de su hogar arrebatadas,

ancianos que su nombre defendiendo,

al rudo golpe de salvaje mano

por sus hijas llorando perecieron,

vírgenes indefensas ultrajadas,

niños abandonados en los templos,

familias que perdieron sus riquezas

con mana envueltas en villanos pleitos,

sin paz los artesanos, sin trabajo

el desgraciado y pobre jornalero,

sin jueces los cerrados tribunales

y la ciudad entera sin gobierno

Este cuadro que horrible se presenta

fuerza es que tenga quien le de remedio,

ya que ese rey ajeno a nuestras penas

entregados nos deja a nuestro esfuerzo.

 

AG. 1.º Justicia, solamente la justicia

levanta nuestro brazo.

 

SOROLLA.                            Quiera el cielo

que en pos de la justicia, la venganza

no venga a perturbar vuestro deseo!

 

VlCENTE. (Con ímpetu. Se levantan todos menos Sorolla)

Si acaso fuera así, que no nos culpen:

sin murmurar sufrimos largo tiempo

y más en nuestro daño se gozaron...

Las rocas de fuertísimos cimientos

cuando tiembla la tierra, se estremecen

y sus pedazos saltan a los cielos.

 

SOROLLA. (Levantándose.)

También los Comuneros de Castilla

levantáronse en armas: ¡cuánto duelo

y cuánta sangre! ¡para qué!...

 

VICENTE.                                        Sorolla,

esa guerra sagrada que emprendieron

sin término la vemos todavía.

¿Quién será el vencedor?, ¡sábelo el cielo!

 

SOROLLA. Carlos primero de la tierra toda

audaz pretende conquistar el cetro:

el que sueña con tales ambiciones

y concibe tan grandes pensamientos,

¿podéis imaginaros que vacile

ante las vallas que levante el pueblo?

 

VICENTE. El torrente que brama impetuoso

por seco tronco de podrido cedro

le vemos detenerse en su carrera...

 

SOROLLA. Para luego seguir aun más soberbio.

 

VICENTE. En fin, Guillen, no intentes disuadirnos.

 

AG. 1.º Nuestra empresa es muy santa...

 

SOROLLA.                                                   Yo no quiero

que consintáis impunes los delitos,

¡antes morir que merecer desprecio!

lo que ambiciona el alma conmovida

escuchando las quejas de un gran pueblo,

es la noble templanza del que justo

 

VICENTE. Ya lo he dicho; la junta que de trece

de nosotros, sin falta elegiremos

esta noche, será la que nos guíe

prestándole obediencia en juramento.

(Dos o  tres de los agermanados toman las capas poniéndoselas.)

 

AG. 2.º Si vienes, ya lo sabes, de la junta

serás: piénsalo bien...

 

SOROLLA.                          Allá veremos....

(Se dirigen ala puerta de la izquierda.)

 

AG. 3.º (Despidiéndose de Guillen, le da la mano.)

La patria te reclama...

 

AG. 1.º (Despidiéndose.)                      El pueblo gime.

 

SOROLLA. Tal vez acudiré...

 

VICENTE. (Despidiéndose.) Guárdete el cielo.

 

SOROLLA. (A todos.) Y a vosotros también.

(Se van todos menos Sorolla. Se van por la izquierda.)

 

 

 

ESCENA II

SOROLLA y luego ANDREA

 

 

SOROLLA.                              ¡Hermosa raza

de los altivos e indomables pueblos

que supieron morir entre las llamas

por no sufrir desconocidos dueños!

¡Ay! Si la historia relatase un día

con lenguaje imparcial sus grandes hechos,

acaso el mundo estremecido viera

quien de virtudes le enseñó el ejemplo.

¡Ignorados plebeyos de mi patria

ni ellos mismos tal vez se conocieron

y acaso rompan la fatal cadena

que forjan los tiranos en sus reinos!

(Se sienta quedándose pensativo. Pausa. Sale Andrea por la

derecha y por detrás de Guillen: le echa los brazos sorprendiéndole.)

 

ANDREA. El verte pensativo me entristece,

que nunca vive pensativa el alma

cuando encuentra un cariño tan sincero

como te ofrezco yo.

 

SOROLLA. (Con cariño.)    ¡Andrea, calla!

No imagines jamás que el pensamiento

de un amor tan profundo se olvidaba:

tú eres el puro aliento de mi vida,

el sublime ideal de mi esperanza,

la inspiración del noble sentimiento

y de la buena acción, la hermosa causa.

¿Cómo sin ti viviera ni un instante,

si eres la parte que embellece el alma?

 

ANDREA. (Sentándose y con dulzura.)

Ya soy tu compañera, Guillen mío,

la misión de mi ser tu bien me manda.

Si aquí, en tu hogar, con el amor de esposa

la dulce paz mi corazón derrama,

es porque en ti las perfecciones veo

y espejo fiel de tus virtudes santas

devuelvo los fulgores que recibo.

 

SOROLLA. ¡Notas del cielo vierten tas palabras!

 

ANDREA. La belleza infinita de esos cielos

también me la enseñaron tus miradas.

 

SOROLLA. jAy! cuán pocos conocen la ventura

que aqueste albergue sin riquezas guarda,

cuan pocos viven sin pesar ninguno,

sin la necia y brutal desconfianza.

 

ANDREA. Viven tan mal porque jamás quisieron ;

prestarle a la mujer la luz del alma,

haciéndola partícipe del mundo

que en la razón del hombre se levanta.

Adorno de su vida, vano juego

de sus pasiones torpes y livianas,

nosotras meditamos sin conciencia,

conocemos tan sólo la desgracia,

somos dignas no más que por orgullo,

y amantes, porque amando nos ensalzan,

siendo nuestra existencia desvalida,

ave sin canto, rosa sin fragancia,

primavera sin sol, concha sin perla,

diamante sin pulir, lumbre sin llama.

 

SOROLLA. No todas han nacido, Andrea mía,

con una inteligencia despejada.

 

ANDREA. No, Guillen, no, si el hombre nuestro dueño

como tú me hablas siempre las hablara,

ni en vanidoso alarde vivirían

ni tan llenas se vieran de ignorancia:

hay en el fondo de la vida nuestra

un germen de virtudes sacrosantas

que sólo espera cariñosa mano

para crecer como fecunda planta.

 

SOROLLA. Y tú de esos vergeles de la tierra

eres la más hermosa y más gallarda,

que contigo reposa el alma mía

cuando el humano batallar le causa...

(En tono de reproche cariñoso.)

No me escuchas, Andrea; ¡pensativa

y por estarlo yo me reprochabas!

 

ANDREA. Sí, pensativa estoy, hace algún tiempo

que noto en Asail tristeza tanta

y tan profunda distracción, que temo

nos suceda con él cualquier desgracia;

y sin saber por qué pienso que un día

pague muy mal a quien tan bien le trata.

 

SOROLLA. Tú que sabes rendir los albedríos,

procura merecer su confianza

y conociendo el mal, con fácil medio

le podremos curar.

 

ANDREA.                      La empresa es ardua

porque es muy reservado; más no importa,

no, que esta noche le hablaré sin falta.

 

SOROLLA. Háblale, sí, tu paz antes que todo.

 

ANDREA. Otro motivo consiguió turbarla.

¿Serás al fin agermanado? A veces

cuando medito a solas en la causa

que mueve a los pecheros de Valencia

contra esos nobles de orgullosa raza,

siento en mi corazón algo que grita

pidiendo se castiguen sus infamias;

(Con creciente indignación.)

y a veces, sin pensar, busco en mi diestra

la férrea cruz de la bruñida espada.

 

SOROLLA. (Con cariño.) Siempre enérgica fuiste y valerosa:

encontrarte guerrera no me extraña.

 

ANDREA. ¡Guerrera! No te burles, Guillen mió:

el varonil arranque de mi alma

pensando en ti veloz desaparece

cual la marchita flor que el viento arranca.

 

SOROLLA. Misterioso es por cierto tu destino!

 

ANDREA. Tímida soy cuando el amor me llama,

y como eres tú solo el amor mio...

 

SOROLLA. En teniendo mi amor la pobre patria,

nada importa que muera en torpe yugo?

 

ANDREA. ¿Qué puede hacer Andrea por salvarla?

 

SOROLLA. Tú nada; pero yo, ¡quién sabe!, ¡mucho!

 

ANDREA. Y tu vida, Guillen...

 

SOROLLA.                                  ¡Mi vida!, ¡calla!

Si este aliento vital que nos conmueve

por algo en las edades se contara,

¿quién la historia del mundo escribiría?

 

ANDREA. No razones así, porque me espantas.

¡Más grande que la historia de la tierra

es la vida de un ave, de una planta!

 

SOROLLA. (Con reposada entonación.)

Quizás con tu ternura femenina

la profunda razón se muestra clara,

pero el orgullo inmenso de los hombres

o una ley invencible que lo manda

hacen mirar la vida de los seres

cual vano polvo que la tierra guarda.

(Con resolución.)

Además, piensa bien, Andrea mía,

en lo mucho que sufre nuestra raza

y en el íntimo altar de la conciencia

verás que la justicia se levanta

pronta a llevar cien mártires al cielo

si con su sangre los demás se salvan.

 

ANDREA. (Con tristeza.)

¡Guillen! ¡Guillen!, ¡serás agermanado!

 

SOROLLA. Pocos momentos hace, vacilaba,

y acaso en egoísmo pernicioso

hubiera desoído a la desgracia,

si no te hubiera visto, mujer débil

por santa indignación trasfigurada.

 

ANDREA. ¿Es decir que yo soy quien te decide?

En mal hora escuchaste mi palabra!

 

SOROLLA. ¿En mal hora? ¡Bendito ese momento

en que la esposa amante y elevada

deja escapar del alma conmovida

algún destello del fulgor que guarda.

 

ANDREA. No siento, no, que a la hermandad te unas,

siento el peligro atroz que te amenaza.

 

SOROLLA. ¿Peligro? no los temo. Escucha, Andrea:

la caridad me recogió en mí infancia,

y cual hijo sin padres conocidos

árida y triste floreció mi alma;

de un mercader de Játiva criado,

mi humildad, mi trabajo y mi constancia

lograron conseguir del rico dueño

que parte de su herencia me legara.

 

ANDREA. Y con ella su nombre, nombre honrado...

 

SOROLLA. Que he sabido guardar libre de mancha

y que venero siempre: con sigilo

quiso que se cumpliese tal demanda,

y cuantos me conocen dan por cierto

que descendiente soy de aquella casa.

Ávido de saber, con ansia loca

y aliento juvenil que me embriagaba,

gasteme la mitad de mi fortuna

a cambio de la ciencia que me daban.

 

ANDREA. Y volviste al oficio que tenías

cuando en humilde condición te hallabas.

 

SOROLLA. Volví a mi oficio aprisionando el luego

que el pensamiento audaz atesoraba

como se encierra la valiosa joya

cuando largo camino nos aguarda.

Luchando desde niño por la vida

mi corazón templose en la desgracia,

y esos peligros que al humano cercan

ni hacen menguar mi fe ni me acobardan.

 

ANDREA. (Con despecho.) Es cierto sí, para quien tanto vale

y la ambición de lo vulgar traspasa,

¿qué puedo yo valer?

 

SOROLLA. (Levantándose.)    ¡Por Dios, Andrea!,

¿qué así te ofusque la pasión? ¡Ingrata!

¿Que yo soy ambicioso y tú no vales?

No pensaste sin duda en tus palabras.

Cuando al rudo vaivén de las pasiones

en la mujer de lo ideal soñaba,

te alzaste en mi camino revestida

con la belleza espléndida del alma.

Huérfana, pobre, sin amparo alguno

tu hermosa frente se rindió ante el ara.

 

ANDREA. (Levantándose y con vehemencia.)

Con santo amor cambiando en tu regazo

la virginal corona que ostentaba.

 

SOROLLA. Siete años de pasión inalterable

como prueba de amor aun no te bastan?

 

ANDREA. Perdóname, Guillen, ¡te quiero tanto!

¡es para mí tu vida tan preciada

que ante la sombra de mortal peligro

todo mi ser estremecido cambia!...

 

SOROLLA. Y por ese temor que te enloquece

¿es justo que ambicioso me llamaras?

 

ANDREA. ¡Perdón, Guillen!... (Con ternura.)

 

SOROLLA.                                 ¿Has visto por ventura

en nuestro hogar la perniciosa holganza,

el maldecido aliento de la envidia,

de la avaricia hipócrita la máscara

o del orgullo ruin el necio alarde?

 

ANDREA. (Con tristeza.) Injusta he sido, sí, te doy palabra

de que jamás pronunciará mi labio

lo que así te ha ofendido.

 

SOROLLA.                               Es que no basta

que no vuelva a escucharlo, Andrea mía:

puede callar la voz y hablar el alma,

y esas voces que vibran sin oyentes

el sacro fuego del amor apagan.

¡Tengo en mucho ese amor para que deje

crecer la sombra leve que lo empaña!

 

ANDREA. Pues bien. Guillen, con mi temor unida

guardo una horrible duda que me espanta.

Esa pasión vehemente que demuestras

por la más noble y justiciera causa,

¿será posible que á arrancarte llegue

el profundo cariño que me guardas?

 

SOROLLA. (Con dolorosa sorpresa.)

¿Dudar? ¡dudar de mí!...

 

ANDREA. (Confusa) ¡Tiemblo perderte!

 

SOROLLA. ¡Cuando de ti mi corazón dudara

si antes que el pensamiento lo dijera

desmentidla estaría por el alma!...

 

ANDREA. ¡Guillen!

 

SOROLLA.                 ¡Mujer al fin! (Con tono de reproche.)

 

ANDREA. (Con enérgica resolución.)    No, ¡por mi nombre!

Si cual mujer que amante se acobarda

déjeme arrebatar de necias dudas,

cual espíritu libre a quien abrasa

el fulgor de una viva inteligencia

digna me quiero hacer de tu alabanza.

Tu deber es hacerte agermanado,

tu deber es luchar cuando te llama

al combate la voz de tus hermanos;

luchar con las banderas de tu raza

hasta que el pueblo que oprimido llora

castigue a los que infames le maltratan.

(Creciendo en entonación.)

Tu deber es luchar sin que á tu paso

se opongan mis razones ni mis lágrimas,

que nunca viose el caudaloso río

por débil roca detener su marcha...

¡Aqueste es tu deber, y aunque me pese

así mi corazón a solas habla!

 

SOROLLA. (Con entusiasmo.)

¡Y así también mi corazón te quiere!

Un pueblo entero sus lamentos lanza

pidiendo al trono hispano los derechos

que una nobleza estúpida le arranca.

¡Justicia a nuestros padres maltratados!

¡Justicia a nuestra esposa violada

y al infante que huérfano en su cuna

sin nombre alguno se verá mañana!

¡Justicia por do quier grita el pechero,

y este clamor que inmenso se levanta

no es bien, Andrea, que en mi hogar resuene

sin que responda conmovida el alma,

que si la paz y el bienestar nos cercan,

mas el deber a combatir nos llama,

pues solamente el corazón viciado

tranquilo mira las ajenas lágrimas.

Hoy mismo me uniré a la Germanía.

 

ANDREA. Noble es tu inspiración, grande la causa.

¡Quiera el cielo premiarte cual mereces!

 

SOROLLA. Libre me veo de ambición bastarda.

Si consigo arrancar de mis hermanos

el espíritu ruin de la venganza

y elevo sus dormidos pensamientos

a la región donde la mano santa

escribe los destinos de la tierra;

si lograse guiar sus esperanzas

hacia el eterno sol de la justicia,

y que le vieran sin oscuras manchas,

cumplidos estarían mis deseos,

cumplida la ambición que lleva el alma.

(Recoge su capa y se la pone.)

 

ANDREA. (Al verle dispuesto a marchar.)

¿Te marchas ya?...

 

SOROLLA.                     La junta que esta noche

en casa de Lorenzo se prepara

es para dar definitiva forma

a la gran rebelión.

 

ANDREA. (Con viveza.)   Pues no hagas falta.

Vete, Guillen, mientras mi amor constante

por ti queda rogando en tu morada.

 

SOROLLA. (Antes de salir por la izquierda.)

Adiós, Andrea.

 

ANDREA.                   Adiós.

 

SOROLLA. (Deteniéndose un momento.) ¿De aquellas dudas?...

 

ANDREA. (Vivamente.) Sólo tengo el pesar de recordarlas;

ve a cumplir tu deber.

 

SOROLLA.                           Sí, cual me obliga

la pobre cuna de mi triste infancia. (Se va.)

 

 

ESCENA III

ANDREA sola

 

 

ANDREA. *(Refiriéndose a Guillen.)

*Vete a cumplir con generoso alarde

*el pacto fraternal que nos impuso

*la ley de la razón; no llegues tarde

*a conquistar las glorias

*con que adornan los pueblos sus historias!

*¡Ay! corazón que lates temeroso

*por la preciada vida

*de tu adorado esposo,

*¡cómo te siento de dolor henchido

*buscando en los abismos de la duda

*algo que preste apoyo á tu quejido!

*No dudes, no vaciles, no te azores,

*hazte digno del alma que te guía,

*templa el fuego que brota de tus venas

*y allá en el fondo de tus tristes penas,

*con el suave fulgor de la alegría

*pinta las glorias que a los héroes siguen

*cuando los héroes la maldad persiguen

 

 

ESCENA IV

ANDREA, y ASAIL, éste en traje de árabe pero no muy original ni rico

 

 

ASAIL.(Aparte.) Sola está ya.

 

ANDREA. (Aparte.) Asail.

 

ASAIL (Alto.) ¿No te retiras?

Dijo Guillen que tardará algún tiempo.

(Acercándose al balcón.)

La noche ya ha cerrado y está fría.

¿Te vas a recoger o enciendo fuego?

 

ANDREA. (Con intención.) Mucha prisa te corre que en reposo

vaya a esperar a nuestro amado dueño.

 

ASAIL. (Aparte.) Ella se hace mi igual porque no quiere

rebajarme.

 

ANDREA. (Con cariño.) ¿Qué rezas?

 

ASAIL. (Secamente.)                                Yo no rezo.

 

ANDREA. (Sentándose.) Ven, Asail, aquí; más a mi lado.

(Asail se acerca quedando en medio de escena.)

¿Guardas de tu niñez algún recuerdo?

 

ASAIL. (Aparte y confuso.) ¡Qué pregunta!

 

ANDREA.                                                   Responde.

 

ASAIL.                                                                             Los que guardo,

¿qué pueden importarte?

 

ANDREA.                                  Tengo empeño

en conocer la historia de tu vida.

(Aparte.) Algo sabré si logro enternecerlo.

 

ASAIL. (Aparte.) Poco me importa ya que la conozca.

(Alto.) ¡La historia de mi vida! ¡Ha largo tiempo

que la memoria sólo me la cuenta

y la escucha, no más, el pensamiento!

(Como si hablara solo.)

Aquella noche fría y tenebrosa

tan lóbrega como esta, aquel infierno

de gritos y de llamas, que cercaba

el hermoso aduar de mis abuelos,

jamás podrá borrarse de mi alma.

 

ANDREA.¿Algún combate?

 

ASAIL. (Sigue ensimismado.)        Todos perecieron.

(Pausa y transición al tono de relato.)

En los fértiles llanos de Valencia

de árabe raza y sin feudales dueños

una pequeña aldea se veía

blanca paloma entre frondoso huerto.

De mi madre y hermano único apoyo

y por mi estirpe real, pues sangre tengo

de los Abderramanes, por los míos

criado fui con especial esmero;

doce años a lo menos contaría,

y al maternal hogar apenas vuelto

cuando una noche en que el augur cantaba,

de espanto nos llenó bárbaro estruendo.

(Con viveza.) De condales señores vil cuadrilla.

seguida de jayanes y escuderos,

como feroces tigres de la Nubia

en torno de nosotros se esparcieron.

De la torpe rapiña aconsejados,

dando reposo apenas al acero,

tendidos en sus ágiles corceles,

en sus pupilas irradiando el fuego

y ebrios por el placer que imaginaban

nuestras hermosas compañeras viendo,

entre llamas y sangre revolvían

las blancas plumas de sus ricos yelmos.

 

ANDREA. Envidiosos tal vez de que gozarais

los más feraces campos de estos reinos.

 

ASAIL. (Sigue relatando y con encono.)

Así los vi como legión furiosa

del tranquilo dormir aún no despierto,

y así los vi llevándose a mi madre,

cuyos gritos de horror me estremecieron.

(Con viveza.) Seguí tras ella, vacilante el paso.

ronca la voz en fuerza de lamentos,

el corazón henchido de soberbia,

y en pos de mí mi hermano pequeñuelo,

que sin hablar aún en su inocencia

lloraba el pobre con agudo acento,

hiriéndose con brasas y guijarros

sus tiernas plantas, su desnudo cuerpo.

(Procure el actor que esta última parte del relato sea bien

entendida del público, para lo cual marcará bien las frases.

Pausa y transición de tono.)

Clavado este puñal hasta su pomo,

(Señalando un puñal que llevará al cinto.)

roto el vestido, su cabello suelto,

encontreme a mi madre, cuyos ojos

con vidrioso mirar me conocieron...

¡Venganza! dijo con mortal congoja,

¡Guárdate este puñal, busca a su dueño

y véngame, que muero deshonrada.

Adiós, hijo!   ¡Tu hermano...! Esto dijeron

aquellos labios para siempre fríos,

aquellos ojos para siempre muertos.

 

ANDREA. (Con horror.)

¡Jesús qué horror, qué horror!!

 

ASAIL.                                                  ¡De su agonía

fijo en el corazón llevo el recuerdo!

(Transición del dolor a la tranquilidad triste.)

Los tenues rayos de la blanca aurora

a la razón y al mundo me volvieron,

arranqué de la herida que aún manaba

el puñal vengador, besé aquel suelo

sepulcro de los míos, con presteza

busqué a mi hermano; ¡nada!, ¡vano empeño!,

dos años contaría el pobre niño,

y sin duda murió de pena y miedo

o tal vez un pechero compasivo

con él se le llevó su infancia viendo.

Seguro de encontrarle, si vivía,

pues llevaba pendiente de su cuello

un bendito recuerdo de mi madre,

pensé en mi situación leve momento,

y hacia Valencia encaminé mi paso

sin hallar a mi hermano, acaso muerto.

Conté en la servidumbre algunos años,

diez y nueve serían a lo menos

cuando vine a servir en tu morada.

 

ANDREA. (Levantándose.)

Y en el espacio de tan largo tiempo,

más tres años que vives con nosotros,

¿no conseguiste disipar tu empeño

de buscar al autor de tus desdichas?

¡Eres cristiano!

 

ASAIL. (Bruscamente.) Por mandato expreso

del rey de vuestra raza.

 

ANDREA. (Aparte.)                 Desdichado.

(Alto.) A nuestro amparo fraternal viviendo

y sin más sujeción que la que impone

el honrado trabajo del pechero,

pasas los días en mortal tristeza,

con sombrío ademán, con torvo ceño,

sin que el cariñoso que do quier te cerca

logre borrar tan pertinaz recuerdo.

 

ASAIL. (Con ímpetu.) ¡Borrar esas memorias! ¡Más valdría

que pidierais al sol matar su fuego,

a los mares mostrarle sus arcanos

o contar sus estrellas a los cielos!!

(Saca el puñal enseñando aAndrea su empuñadura.)

Mira este pomo, ¿ves?

 

ANDREA. (Lo toma observándolo.) Borrosa cifra.

 

ASAIL. (Sigue con la acción marcando lo que enumera.)

Vago contorno de blasón añejo

un lema, más borroso todavía,.

y una doble corona, ¿ves?...

 

ANDREA. (Observándolo con atención.) Lo veo.

 

ASAIL. Ésas, que apenas son visibles armas

cual sola prueba del delito tengo:

mientras el alma aliente y yo las vea

con ciega saña seguiré en mi empeño.

¡Venganza! Esta palabra, que estremece

a quien nunca la oyó por largo tiempo,

es para mí de armónico sonido

el presente mejor.

 

ANDREA. (Devolviéndole el puñal.) ¿Con este sello

piensas hallar un día al asesino?

 

ASAIL. Descubrirle no ha mucho me ofrecieron

exigiendo de mi...

 

ANDREA. (Con viveza.)     ¿Qué es lo que exigen?

 

ASAIL. (Confuso.) Riquezas.

 

ANDREA. (Tranquilizándose.) ¡Ah!

 

ASAIL. (Confuso pero vivamente.) Ya ves que no las tengo.

 

ANDREA. Que a Sorolla le esperes vigilante.

(Aparte.) Muy difícil será buscar remedio.

(Alto y antes de salir por la derecha.)

Y no olvides jamás que la venganza

es víbora que muerde en nuestro pecho. (Se va.)

 

 

 

ESCENA V

ASAIL, solo

 

 

¡Y la habré de entregar! ¡Sí! ¿Qué me importa

sí a la raza enemiga que aborrezco

pertenece? ¿Y qué puedo reprocharme

por entregarla a quien la adora ciego?

¿Su deshonra? Mi madre más valía,

y murió deshonrada. Vamos presto.

¿Vacilaré con mujeril flaqueza

cuando sé que me espera como premio

el nombre aborrecido del infame

que este puñal dejome cual recuerdo,

cuando está Cavanillas pronto a darme

noticia exacta del fatal secreto?

(Abriendo el balcón.)

La noche oscura, el sitio solitario,

sólo se oye vibrar agudo el cierzo.

(Pausa. Se acerca á la puerta derecha escuchando.)

Y Andrea... su aposento está lejano:

(Pausa. Se acerca al balcón y silba un poco.)

Hagamos la señal y a esperar luego.

(Pausa. Echan una escala de la parte de afuera del balcón.

Asail dentro de la escena.)

Una escala; impacientes vigilaban.

 

 

 

ESCENA VI

ASAIL y D. LUIS DE CAVANILLAS

 

 

LUIS. (Saltando por la barandilla del balcón.)

Gracias al diablo que logré mi empeño.

(A Asail.) ¿Y Sorolla?

 

ASAIL.                               Está ausente por gran rato.

 

LUIS. (Avanzando: le sigue Asail.)

¿Me la entregas al fin?

 

ASAIL.                                    Sí, te la entrego,

pero sabes muy bien las condiciones.

 

LUIS. (Con tono burlón.) Que te diga de quién es aquel sello.

 

ASAIL. Hijo de estirpe noble, esclarecida,

gobernador del valenciano reino,

es fácil que conozcas los emblemas

de aquellos que disfrutan privilegios,

y según me dijiste no hace mucho

al ver éste pensaste conocerlo.

(indicándole el puñal con ligero ademán.)

 

LUIS. (Aparte y con cinismo.)

No es mucho, por mi nombre, adivinara

si de la cifra y el puñal soy dueño.

 

ASAIL. (Al oírle murmurar receloso.)

¿Te arrepientes acaso de lo dicho?

 

LUIS. (Con descaro.) Jamás de mis palabras me arrepiento;

te dije que si a Andrea me entregabas

y si además guardabas el secreto

de este gran desatino, te ofrecía

satisfacción cumplida a tus deseos,

y que antes de morir, conocerías

al que mató a tu madre y a tu pueblo.

(Aparte y con gran cinismo.)

Antes de morir, sí, que allá en la almena

con un dogal en torno de tu cuello

yo mismo te hablaré de aquella noche.

 

ASAIL. (Durante este parte se acerca a escuchar receloso a la puerta de la derecha.)

¿Si después que indefensa te la entrego

no cumples tu palabra?

 

LUIS. (Tranquilamente.)            Fácilmente

puedes calmar tan excesivo miedo.

Valencia está agitada e intranquila,

se ve que hierve en sus entrañas fuego,

y que sólo una chispa bastaría

para hacerlo brotar en torno nuestro.

Si ves que el tiempo marcha y yo no cumplo

como debe cumplir un caballero,

di a los plebeyos que a luchar se aprestan

lo que ellos miran cual delito horrendo,

y diles que yo soy quien le comete

y mi muerte es segura.

 

ASAIL.                                    Cierto, cierto,

pero yo al delatarte me descubro.

 

LUIS. (Con vacilación.) Por Cristo quo me extraña tu recelo

y me falta paciencia...

 

ASAIL. (Amenazante.)             Con despacio,

que aún puedo descubrirte.

 

LUIS. (Secamente.)                              No seas necio.

¿No me has dicho que piensas sorprenderte

fingiéndole a Guillen profundo sueño

y así burlar del todo sus sospechas?

¿Pues a qué ese temor que yo no tengo?

 

ASAIL. (Con decisión.) Tienes razón: ni dudo, ni vacilo.

¿Cumplirás mi demanda?

 

LUIS.                                            Lo prometo.

 

ASAIL. Pues bien, atiende, porque yo quisiera

no presenciar tu robo.

 

LUIS. (Con enfado.)                   Vamos presto.

 

ASAIL. (Uniendo la acción a la palabra y delante de la puerta de la derecha.)

Sigues aquel estrecho pasadizo;

hay una puerta al fin; sin desacierto

la abres y sigues, en la estancia misma

otra hallarás que indica el aposento

donde descansa Andrea; con sigilo

puedes llegar junto a su mismo lecho;

tiene luz; con las ropas la amordazas,

la conduces aquí...

 

LUIS. (Al ver que calla Asail.) Prosigue.

 

ASAIL. (Después de pensar un instante.)   Luego...

si tienes gente abajo.

 

LUIS.                                   Tengo gente.

 

ASAIL. Sujetando la escala puños recios

pronto podéis hallaros en la calle.

 

LUIS. ¿Por qué no por la puerta? (Con extrañeza.)

 

ASAIL. (Vivamente.)                            No, no quiero

que haya de mí ni la mayor sospecha,

y marchar por allí fuera indiscreto.

Además la calleja es solitaria,

Di una luz, ni una casa enfrente.

 

LUIS. (De mala gana.)                                 Bueno.

Se hará como tú quieras.

 

ASAIL.                                       La muralla,

que es el peligro que tan solo temo,

está algo lejos, y además la noche

también nos favorece.

 

LUIS. (Con desenvoltura.)        Pues a ello.

Ya sabes dónde tienes que buscarme.

 

ASAIL. Si, ya lo sé.

 

LUIS.                         Además lo que tu dueño

haga y diga te encargo me lo cuentes,.

pues me importa saber sus pensamientos.

Es un plebeyo audaz muy despejado

y es prudente no estorbe mucho tiempo.

 

ASAIL. Conque tú por allí...

 

LUIS. (Con intención.)               Que el diablo quiera

con sueño pertinaz rendir tu cuerpo.

(Aparte y antes de marchar por la derecha.)

¡Mia por fin! ¡Un sueño me parece! (Se va.)

 

 

 

ESCENA VII

ASAIL, sólo; luego CAVANILLAS y ANDREA; luego SOROLLA; voces del pueblo

 

 

ASAIL. (Escuchando un reloj que da las once.)

Las once ya, no sé por qué recelo

que pudiera volver. ¡Oh! si supiese

que yo mismo!... Yo no: desde hace tiempo

que don Luis Cavanillas me brindaba

con su poder si su pasión oyendo

le prestaba el apoyo necesario...

Vino luego a la mente el pensamiento

de contarle mi historia, vio este pomo,

«conozco de quien es» exclamó al verlo...

lo demás la venganza me lo dijo:

¡tal vez así lo quiso el mismo cielo!

(Une la acción ala palabra y escucha.)

Apagaré la luz... Rumor de lucha...

Ya se acercan; huyamos, tengo miedo.

 

LUIS. (Con Andrea en brazos luchando por ahogar sus gritos.)

¡Ira de Dios!

 

ANDREA. (Con voz sofocada.) ¡Socorro! ¡Protegedme!

 

LUIS. (Liega al balcón llamando.)

¡Há de mi gente!

 

VOZ. (Fuera.)               ¡Aquí!

 

LUIS. (Bajo y vivo.)                   La escala presto.

 

VOZ. (Dentro lejana.)

¡Alerta!

 

OTRA VOZ. (Más lejana.) ¡Alerta!

 

LUIS. (Con ira y saltando la baranda.) ¡Maldición!

 

ANDREA. (Con voz muy ahogada.)                       ¡Socorro!

(Se oyen golpes hacia la izquierda del espectador.)

 

LUIS. Esos golpes... (Bajando ya.)

 

SOROLI.A. (Dentro.) Abrid.

 

LUIS. (Desapareciendo con Andrea.) Nos sobra tiempo.

 

ANDREA. (Dentro y lejos.)

¡Favor!

 

VOZ. (Lejana.) ¡Alerta!

 

SOROLLA. (Dentro y recio.) ¡Andrea! ¡Pronto, abridme!

 

ASAIL. (Dentro.) ¡Allá Voy!

 

SOROLLA. (Vivo y recio.)        ¡Asail, abre!

 

ASAIL. (Dentro.)                                            No  acierto.

 

SOROLLA. (Entra en la escena precipitadamente, parándose de pronto al hallarse a oscuras.)

¡Por fin! ¡Andrea! Sombra maldecida!

(Gritando.) ¡Pronto, Asail, aquí, luz que no veo!

(Entra Asail con una luz, quedando cerca de la puerta por donde entró, izquierda.)

 

SOROLLA. (Se dirige precipitadamente al balcón.)

¡Una escala! ¿Y Andrea? ¡Miserable!

(Le coge una mano a Asail sacudiéndole con fuerza.)

¡Y Andrea!

 

ASAIL. (Turbado pero con energía.) ¡Yo que sé!

(Aparte.) De espanto tiemblo.

(Sorolla se va vivamente por la derecha.)

Un minuto no más y nos descubre.

(Deja la lámpara sobre la mesa y se asoma al balcón un

breve instante.)

Ya están en salvo, si.

 

SOROLLA. (Dentro y con desesperación.) ¡Destino horrendo!

¡Me la han robado! ¡Andrea de mi vida!

(Entra en escena.)

Yo te sabré encontrar. ¡Justicia, pueblo!

(Se va precipitadamente por la izquierda sin hacer caso deAsail, que queda en medio de la escena con expresión de terror. Cae el telón)

 

 

FIN DEL ACTO PRIMERO

 

 


 

 

ACTO SEGUNDO

 

Salón gótico: a la derecha del espectador dos puertas con tapices; a la izquierda otras dos; en el fondo, a la izquierda, un balcón; a la derecha una puerta secreta con llave, puerta que ha de estar practicable; muebles de la época, pero escasos: mesa y sitial a la izquierda bien cerca de la primera puerta; recado de escribir y una caja con sellos sobre la mesa. Al empezar el acto comienza la noche. Lámpara encendida sobre la mesa. Un trofeo cerca de la puerta secreta.

 

ESCENA PRIMERA

PAJE y SOLDADO aventurero

 

 

PAJE. ¿Te has enterado?

SOLDADO. Sí, muy bien; ni un punto

se me olvidó tu encargo; al primer toque

de la queda, las puertas del palacio

cerradas han de estar, y algunos hombres

con santo y seña quedarán dispuestos

para cumplir de tu señor las órdenes:

la consigna es, que á nadie se permita

ni el entrar ni el salir.

 

PAJE.                                  Muy bien.

 

SOLDADO.                                           Entonces.

(Disponiéndose a marchar.)

De aquí hasta que comience nuestra guardia

me voy, porque se acerca ya la noche

y tengo que entenderme con los bravos

que me habrán de seguir.

 

PAJE.                                           No les informes

de quien los toma a su servicio, ¿entiendes?

Que no lo sepan.

 

SOLDADO.                    ¡Bah! Ya me conocen

y no preguntan nunca quién los manda

con tal de que les paguen a priori.

 

PAJE. Pues la bolsa la llevas bien repleta.

 

SOLDADO. (Tocándose el bolsillo del jubón.)

Como que apenas cierran sus cordones.

 

PAJE. Pues anda y vuelve pronto con tu gente,

que si viniese el amo...

 

SOLDADO.                            ¡No te azores:

aunque está en un extremo este palacio,

la ciudad no es muy grande: en dos tirones

la puedo recorrer y al cuarto de hora

tendrá su guardia el generoso noble.

 

PAJE. Y me alegro, que solo en esta casa

por lo menos hará cinco o seis noches,

tengo afán de gustar un trago añejo

y perder o ganar unos doblones.

(Viendo que no se va.)

¿Qué detiene al audaz aventurero?

 

SOLDADO. ¿Llamaré cuando vuelva con mis hombres?

 

PAJE. (Con viveza.) No hagas tal, que la puerta no la cierro

en tanto que no dan las oraciones,

y como está entornada conque empujes

te bastará, y así no se dan golpes.

 

SOLDADO. Pues quédate con Dios.

 

PAJE.                                                     Dios te acompañe.

 

SOLDADO. (Haciendo con los dedos movimiento de dinero.)

¿Tienes mucho?

 

PAJE. (Con mal modo.) No sé, diablo de hombre.

(El soldado se va por la puerta de la izquierda segundo término.)

 

 

ESCENA II

PAJE sólo, luego CAVANILLAS

 

 

PAJE. Qué capricho del amo poner guardia,

y de esta gente. ¡Bah! si los señores

a veces imaginan unas cosas...

(Se acerca al balcón.)

Y no debe tardar, que al ser de noche

viene... ¡Pobre mujer! ¡Siempre llorando

(Acercándose a la puerta de la izquierda, primer término, y

mirando por la cerradura.)

y encerrada! ¡Qué poco se conoce

que la quiere don Luis! En fin, me paga,

lo demás que sucede qué me importa,

(Viendo entrar por la segunda puerta izquierda a D. Luis,

que trae en la mano un rollo de pergamino.)

(Aparte.) Ya está don Luis aquí.

(Alto.) Que Dios os guarde.

 

LUIS. ¿Hubo en la casa novedad alguna?

(Le da la capa al Paje que la pone sobre un sitial de la derecha.)

 

PAJE. Novedad, no señor, pero esta tarde

vino Peralta.

 

LUIS. (Se sienta.)     ¿Y qué?

 

PAJE.                                   Que bien.

 

LUIS.                                                     Ninguna

         dificultad ha puesto a mi mandato.

(Durante el diálogo D. Luis sentado a la mesa abre el pergamino,

saca de la caja el sello y los enseres de sellar, y lo sella

dejándolo otra vez arrollado pero sin atar; en seguida

guarda cuidadosamente el sello y demás; esto ha de hacerlo

el actor de modo que el público se entere bien.)

 

PAJE. Obedientes tendréis sus escogidos.

 

LUIS. ¿Cuándo vendrán?

 

PAJE.                                   Pasando breve rato.

 

LUIS. Que eviten las disputas y los ruidos

y no enciendas la luz de la portada,

porque sabes muy bien que me conviene

que esta casa parezca inhabitada.

¿Te enteras?

 

PAJE.                   Sí señor. (Aparte.) Qué fosco viene.

(Alto) ¿Qué ordenáis más?

 

LUIS.                                          Que si Asail llegase

le hagas entrar al punto, que conozca

el santo y seña.

 

PAJE.                          Bien.

 

LUIS.                                      Que libre pase

y que nadie al pasar le reconozca.

(Saca de la escarcela varias llaves que coloca sobre la mesa.

El Paje hace un movimiento para marchar, pero se detiene

ante un ademán de D. Luis.)

Atiende.

 

PAJE. (Deteniéndose.) ¿Qué queréis?

 

LUIS.                                                   Que por la puerta

no he de entrar ni salir en adelante:

otra mejor conozco y más cubierta

aunque conduce a sitio más distante,

y por allí saldré, mas te lo digo

por si te causa asombro, e indiscreto

llegas a hablar con otro que contigo.

Tu cabeza responde del secreto.

 

PAJE. Yo, señor, no hablaré.

 

LUIS. (Se levanta y le da un bolsillo.) Vete, y cuidado.

Para que juegues esta noche, toma.

 

PAJE. (Toma el bolsillo con viveza.)

¿Y me queréis poner mejor candado?

(Aparte.) Ante esto, lo demás es todo broma.

(Se va por la segunda puerta de la izquierda.)

 

 

ESCENA III

D. LUIS y luego ANDREA, en el mismo traje que en el primer acto, pero más desordenado.

 

 

LUIS. (Toma una de las llaves que dejó sobre la mesa, se acerca a

la puerta secreta y prueba a cerrarla y abrirla, viendo que

se hace sin dificultad deja la llave en la cerradura. La ac-

ción unida a la palabra.)

Veamos; bien, la llave está corriente,

y aunque estrecho, es seguro el pasadizo;

tener este recurso es conveniente,

que no es bueno pecar de olvidadizo

en una situación cual la presente.

(Se adelanta a escena. )

Veremos si mi hermosa prisionera

más humana á la voz de mis amores

quiere cambiar la suerte que la espera

y olvidando sus débiles furores

la razón y su gusto considera.

(Se acerca a la puerta de la izquierda primera y la abre con

otra llave que toma de la mesa.)

Andrea, ven aquí, tu enojo calma,

que no es mi culpa tan fatal infiero

ni tienes tú tan vengativa el alma.

 

ANDREA. ¿Qué nuevo ultraje del infame espero?

 

LUIS. Ya te pedí perdón; mi amor vehemente

embriagose al aliento de tu vida:

el hombre apasionado es imprudente.

Si conozco la falta cometida,

¿qué más puedes pedir? Vamos, consiente.

(Intenta cogerla una mano.)

 

ANDREA. (Retirándose vivamente.)

No me toques, que al roce de tu mano

siento en mis venas circular el frío

que sentimos al roce del gusano.

  

LUIS. Pues bien, ¿atenderás al ruego mío?

 

ANDREA. Ya te he dicho que no.

 

LUIS.                                                   Valencia gime

bajo el poder de fratricida guerra;

entre sangre a tu pueblo se le oprime,

y la nación más grande de la tierra

contempla en sus entrañas la discordia

que desgasta sus fuerzas colosales

y le roba los lauros de su gloria.

Tú el remedio serás de tantos males:

vuelve a tu hogar tranquila y cariñosa,

demuéstrale a Guillen que arrebatada

por un hombre del pueblo, valerosa

conseguiste por fin ser respetada,

y aquel ser infeliz con noble alarde,

y arrepentido de su ruin intento ,

te dejó en libertad...

 

ANDREA.  (Con insultante desdén.) ¡Necio y cobarde!

¡Cómplice yo de semejante cuento!

¡Para hacerme mentir llegaste tarde!

 

LUIS. Piensa bien que si calmas sus furores

por la venganza sólo alimentados

cesarán en Valencia esos horrores

de los que él apellida agermanados.

Piensa que al recobrar con sus amores

esa paz venturosa del pechero,

él, que a todos los manda y acaudilla,

de rendición les hablará primero;

y hallándose sin dueño y sin mancilla,

su oficio olvidará de comunero.

 

ANDREA. (Con violenta entonación.)

La primera palabra, el primer grito

que lance al contemplarle ante mis ojos

será decirle: «nuestro hogar maldito

ya no puede abrigar sino sonrojos

y la culpa infamante de un delito;

ése fue el miserable que ultrajada

a tus brazos me vuelve, y en su miedo

quiso hacerme decir que respetada

fui de su infame amor ¡¡Sorolla!!

 

LUIS. (Con temor mirando a todos lados.) Quedo.

 

ANDREA. (Sigue sin hacerle caso.)

¡Justicia! a esta mujer tan desgraciada;

el pueblo, su caudillo te ha nombrado,

pues bien, dale valor, préstale aliento

y que contemple el crimen castigado

y aprenda á conocer tu valimiento.»

Esto, y no más direle, y sabe, impío,

que pudiera mentirle y con engaño

lograr al fin la libertad que ansío,

pero tengo tan libre mi albedrío

que no quiero mentir, ni aún por tu daño!!

 

LUIS. (Con reposado acento.)

¿Y si su vida en mi poder tuviera?

 

ANDREA. ¡Oh Virgen santa! (Aparte y con terror.)

 

LUIS. (Aparte.)                             Su impresión la vende.

 

ANDREA. (Vacilante. Alto.)

Si fuese tal desdicha verdadera...

(Aparte y vivo.) Si no lo es y mi terror comprende

Guillen peligra...

 

LUIS.                          Y bien.

 

ANDREA. (Con resolución.)         ¡Ni aunque así fuera!

 

LUIS. Ya cederá tan loco desvarío

en la estrecha prisión que te preparo,

y si persistes en tu necio brío,

sin miramientos, sin ningún reparo,

esclava te verás, del amor ralo.

 

ANDREA.  (Se pone delante de D. Luis con rápido movimiento y provocándole con la mirada.)

Tus instintos groseros y livianos,

nido inmundo de antojos materiales,

¿no arrastran la pasión por los eriales

de un desierto de huesos y gusanos?

Esta carne de mórbida blancura,

estos cabellos como el fuego rojos,

esta forma, estos labios, estos ojos.

¿no los consume al fin la sepultura?

¿Pues cómo, di, tu bárbaro egoísmo

mi voluntad a tu placer rindiera?

¡El que vive en el fondo de un abismo

nunca pudo medir la azul esfera!

 

LUIS. Más que mujer, pareces el ensueño

que engendran los terrores del demente.

Reflexiona, infeliz, que soy tu dueño

y que me canso ya de ser clemente;

no vayas a lograr por necio empeño

y alarde mujeril que te atormente.

¿Es tanto el odio que logré causarte

que no puedas al menos dominarte?

 

ANDREA. (Con vehemencia.)

¡Que si te odio!, ¡ay! Si ver pudieras

bajo el rey de los altos luminares

la extensión de la tierra y de los mares,

y ambas inmensidades reunieras

y en un punto tan sólo las midieras,

a su lado, poniendo el odio mío,

risible su grandeza te sería

porque es tan grande y tanto, que confío

que a la tierra y al mar alcanzaría

quedándose de sobra en el vacío!!

 

LUIS. (Con ira.) Tiembla, infeliz, y escucha lo postrero

que mi indulgencia sin igual te dice:

muy presto ese soberbio comunero

puesto a precio va a ser.

 

ANDREA. (Aparte.)                  ¡Ay infelice!

 

LUIS.  Y aunque cuenta con gente decidida,

el oro, es la palanca que remueve

las pasiones más grandes de la vida,

y hambrienta ruge en derredor la plebe:

ya ves que su cabeza está perdida.

 

ANDREA. (Aparte y con ademán de terror.)

¡Oh! Dios mío, qué horror!

 

LUIS.  (Conociendo el terror de Andrea.) Piensa despacio

que la noche es prudente consejera,

y aquí en la soledad de este palacio

tu soledad futura considera;

*y porque más silencio y más reposo

*puedan causarte decisión más tierna

*hacia la suerte de tu pobre esposo,

*sígueme a otra prisión aún más interna

*que templará tu espíritu animoso,

*o la verás cual la morada eterna

*donde tu cuerpo inútil y cansado

*quedará de este mundo separado.

 

ANDREA. (Con tono suplicante.)

¡Oh su vida! ¡no! ¡no! ¡Dame su vida!

(D. Luis hace un movimiento para acercarse a Andrea: ésta 1e

rechaza, pasando de la súplica a la indignación más vehemente .)

¡Cobarde corazón! ¡alma menguada!

que estás por el dolor estremecida!

Si no es posible, ¡no!, que exista nada

igual que el encontrarse envilecida

ante la clara luz de su mirada!...

(A don Luis con energía.)

Vamos a esa prisión, pronto.

 

LUIS.  (Toma otra llave y la lámpara.) Enseguida.

 

ANDREA  Sí; que el horror que me conmueve el alma

tu lo dijiste bien, pide gran calma.

*Pero antes, de mis labios, por mi boca

*escucha la sentencia de los cielos

*y tiemble al fin tu corazón de roca

*como tiemblan rompiéndose los hielos

*cuando alguna centella les provoca.

*Crimen sin nombre, bárbaro, inhumano

*levantó de mi pueblo los clamores,

*y hoy su poder inmenso y soberano

*hace temblar de espanto á los señores.

*Viértase nuestra sangre por tu mano;

*provoca nuevamente sus furores,

*y se hundirá tu raza envilecida

*de Dios y de los hombres maldecida.

 

LUIS. (Dirigiéndose hacia la puerta de la derecha, primer término.)

*Sígueme, que me falta la paciencia.

 

ANDREA.  Vamos, infame ser que en mi camino

*alzaste tu fatídica existencia.

 

LUIS.  (Indicándole la puerta.)

*Medita sin descanso en tu destino.

(Salen quedando la escena a oscuras: pausa.)

 

 

ESCENA IV

PAJE con una lámpara encendida, y ASAIL, por la puerta izquierda segundo término; luego SOROLLA envuelto en una capa; después D. LUIS.

 

  

PAJE. Entra: Don Luis dejome prevenido

que a su presencia al punto te llevara.

 

ASAIL. (Mirando a todos lados. Se oye el toque de oraciones.)

Aquí no está.

 

PAJE. (Señalando a la segunda puerta de la derecha.)

                       Aquel es su aposento,

sígueme.

 

ASAIL. (Vacilando.) ¿Y no has cerrado la portada?

 

PAJE. Comienzan a tocar las oraciones

y no deben tardar los de la guardia:

no la cerré por eso, mas descuida

que no hay ninguna luz y está entornada.

(Se van por derecha segunda puerta. Entra Sorolla, que se su-

pone les venía siguiendo. Oye las últimas frases del Paje.)

 

SOROLLA. No hay más luz que esa luz que va alumbrando

el abismo que forma mi desgracia.

Asail, Asail!... seguí tu paso,

y aunque bien cauteloso lo llevabas

no hay cautela que burle los temores

del que guarda el dolor en sus entrañas!...

(Va a seguirlos y se detiene al ver a D. Luis, cerrando la

puerta por donde sale. Viene sin luz.)

 

LUIS. (Mientras está cerrando la puerta.)

¿Si no cediera? ¡Bah! Con su hermosura

pagará los disgustos que me causa.

 

PAJE. (Entrando con la lámpara encendida. Sorolla se oculta detrás del trofeo. Refiriéndose a D. Luis.)

Allí está.

 

LUIS. (Volviéndose.) ¿Quién se acerca?

 

SOROLLA. (Aparte al reconocer a D. Luis.) ¡Cielo santo!

 

PAJE. Asail. (Contestando a D. Luis.)

 

LUIS. (Al Paje.) Déjanos.

(Se va el Paje dejando la lámpara sobre la mesa, por la izquierda segundo término.)

 

ASAIL. (Adelantándose a escena.) Allá en tu estancia

entramos a buscarte.

 

LUIS. (Se sienta y Sorolla sale de detrás del trofeo, ocultándose detrás de un tapiz de la puerta.)

                                      Había salido

pues aquel aposento donde estaba

me pareció inseguro por cercano

a donde tiene que habitar la guardia;

la llevé al torreón.

 

ASAIL.                            ¡Triste recinto!

 

LUIS. Y ¿qué noticias traes?

 

ASAIL.                                     Noticias malas:

Guillen de mi recela.

 

LUIS.                                   Mis temores

al fin se confirmaron; te empeñabas

en que tu astucia sólo bastaría...

 

ASAIL. Pienso que fácilmente te acobardas:

si él receloso está, yo prevenido.

 

LUIS. No es un temor pueril el que me espanta.

Valencia está en extremo conmovida,

un grito sedicioso, una palabra

levantan un motín en breves horas,

motín que siempre con la lucha acaba.

Si Sorolla descubre el paradero

de esa mujer que con delirio amaba;

si sabe que yo soy quien la ha robado,

esas legiones que a su antojo  manda

se lanzarán a bárbaros desmanes

bajo el grito feroz de su venganza.

 

ASAIL. (Después de una ligera pausa, con tono de relato.)

Ruge el león de Nubia prisionero

con rudo esfuerzo de su hercúlea garra;

logra porfíe reconquistar un día

la hermosa libertad que ambicionaba:

ancho el espacio tiene ante su vista,

sacude la melena ensortijada,

y aspira el aire cálido que enciende

en su pecho recuerdos de la patria:

acude el domador a sus rugidos,

al contemplarle libre se acobarda

y acaso piensa con inútil miedo

que no forjó con precaución la jaula;

En tanto, aquel león de carne hambriento

ve una inocente víctima que pasa,

azota los ijares con su cola,

sordo rugido de su pecho arranca,

pliega sus cortos remos bajo el vientre

y con impulso poderoso salta;

olvidando la antigua servidumbre

la carne palpitante despedaza,

lame su hocico, rojo con la sangre,

le que no ha devorado, lo desgarra,

extiende la cabeza entre sus manos,

se enturbia lentamente su mirada,

duermese al fin y... bajo el torpe sueño

no siente que lo encierran en su jaula.

 

LUIS. ¿Qué me quieres decir con ese cuento?

 

ASAIL. La imbécil muchedumbre que te espanta

compárala con el león de Nubia:

fiera brava que ruge y despedaza:

hartándola de sangre un solo día,

lo menos por un siglo vive esclava.

 

LUIS. (Levantándose.) Por Cristo que se explica el africano

meditando despacio en tus palabras

puede igualarse con el cuento tuyo

toda la historia de la raza humana.

Tienes razón: si rugen, con hartarlos

la cadena otra vez se les prepara.

 

ASAIL. (Aparte.) (Miserable, no piensa que el primero

servirá en el festín en la matanza.)

Mi palabra cumplida está: ¿y la tuya?

 

LUIS. ¿Desconfías tal vez de mi palabra?

 

ASAIL. No, pero...

 

LUIS. (Interrumpiéndolo.) Si ya sé; no tengas prisa:

espera solamente hasta mañana.

(D. Luis envuelve el pergamino en otro y lo sujeta con una

cinta.)

 

ASAIL. (Aparte.) ¡Ay infeliz si piensas engañarme!

Sólo por interés seguí tu causa.

(Alto.) ¿Y mañana?

 

LUIS.                              Mañana al ser de día

las condiciones están preparadas

se harán saber al pueblo en cien pregones;

(Refiriéndose al pergamino.)

y si el altivo jefe que le manda

en firmarlas consiente y en un día

determinado ya rinden las armas,

veremos de cumplir con tu deseo,

lo importante es primero... (Aparte.) Su venganza

le hace servirme bien: mientras espera

vale mucho.

 

ASAIL.               ¿Y en tanto qué me mandas?

 

LUIS. Que a Sorolla vigiles, que me digas

lo que hace, lo que piensa, lo que habla.

 

 

ESCENA V

D.LUIS, ASAIL y SOROLLA.

 

 SOROLLA. (Adelantándose en medio de los dos; movimiento de retroceso de ambos al par que se acerca Guillen.)

¡Juntos los dos!

 

LUIS y ASAIL.         ¡Guillen!

 

SOROLLA.                                  ¡Grande sería

si al sujetaros bajo el mismo yugo

le pudiera entregar sólo en un día

vuestras ruines cabezas al verdugo.

 

LUIS. ¿Cómo hasta aquí trajiste tu osadía?

 

SOROLLA. Como a la suerte caprichosa plugo.

 

LUIS. Pues dependa tu vida de la suerte.

(A Asail.) Vete, Asail.

 

ASAIL. (Aparte.)                  Segura es ya su muerte.

 

SOROLLA. (Deteniendo con el ademán a Asail.)

Quieto aquí, miserable fratricida,

Judas traidor de quien llamaste hermano,

oye lo que mi lengua enfurecida

te va a decir, infiel.

 

ASAIL.                            ¡Que soy cristiano!

 

SOROLLA. ¿Cristiano, y de tu raza! ¡Por mi vida!

¿Lo fue jamás el que nació pagano?

 

LUIS. ¡Por Cristo! que es verdad!

 

SOROLLA. (A D. Luis )                     Calla, insolente,

que tampoco los hay entre tu gente.

 

LUIS. Sorolla, mi paciencia no provoques

porque al cadalso quitaré su presa.

 

SOROLLA. ¡Que al par de los verdugos te coloques

es acción que no causa mi sorpresa,

porque a no ser que tu blasón revoques

no tienes tú y los tuyos más empresa.

¡Verdugos de las razas desvalidas,

de la razón, del pueblo y de las vida?.

 

LUIS. (Con ira a Asail.) Vete, Asail, de aquí.

 

SOROLLA. (Con imperioso ademán obliga a Asail a quedarse.)

                                                                ¿Temes acaso

que este plebeyo, mísero ignorante,

de aquestas frases relatando el caso

armas terribles contra ti levante?

No temas, no, que su valor escaso

vuestras legiones bárbaras espante,

que la plebe cobarde ruge airada

tan sólo cuando vive encadenada!

 

ASAIL. Pues teñida de sangre está Valencia.

 

SOROLLA . Teñida con la sangre de los bravos,

de aquellos que dedican su existencia

a libertar a míseros esclavos

de los que tienen honra, inteligencia.

(Con creciente entusiasmo.)

*De esos pechos rendidos de trabajos

*es la sangre que brota y se derrama,

*¡no de tu raza vil cuyos andrajos

*jamás esconden del honor la llama!

*¡no de tu raza, que buscando atajos

*para saciar el hambre que la inflama,

*hunde el puñal traidor en nuestros pechos

*sin ver que conquistamos sus derechos!

 

ASAIL. *Extenso panorama de ventura.

 

LUIS. *(Aparte.) No en balde pregonaron su elocuencia.

*(Alto.) Pero que mucho oí se me figura

*según tengo de escasa la paciencia.

 

SOROLLA. ¿Dónde tienes a Andrea?

 

LUIS.                                                        Pues lo sabes,

sabe también el odio que me anima

y de tu ciego arrojo no te alabes

porque ya tu sentencia se aproxima.

 

SOROLLA. Responde a mis preguntas y no agraves

una lucha que tanto me lastima.

¿Dónde está esa infeliz, dónde está Andrea?

que yo la pueda oír, que yo la vea.

 

LUIS. *(Con tono satírico e insultante.)

*Débil te vuelves recordando amores.

*¿Desde cuándo los héroes comuneros,

*esos que viven castigando errores

*no saben dominarse los primeros?

*En su afán de imitar a los señores,

*¿por qué no son tan bravos como fieros?

*¿Viste algún hijo de la estirpe mía

*dar esa prueba ruin de cobardía?

 

SOROLLA. *(Con insultante desprecio.)

*¡No por cierto; jamás, ¡cómo pudiera

*un hijo de esa raza afortunada

*derramar una lágrima siquiera

*ante el recuerdo de mujer amada.

*(Transición del desprecio a la indignación.)

*iSi tenéis las entrañas de la fiera

*y el alma por el vicio emponzoñada!

*¡¡Cómo habéis de sentir lo que sentimos

*ni vivir con la vida que vivimos!!

 

LUIS. *jSorolla!

 

SOROLLA. *(Con creciente entonación que aumentará hasta el fin de las octavas.)

*Sin amor vuestras mujeres

*se venden como esposas por el oro

*y arrastran vuestro nombro entre placeres

*que rompen en jirones su decoro;

*halagadas de bárbaros poderes

*les venden su virtud por su tesoro

*dando ser a unos hijos sin conciencia,

*sin corazón, sin fe ni inteligencia,

*incapaces de amor ni de ternura,

*monstruos de monstruos viles engendrados

*con las formas, no más, de criatura

*y brutales instintos depravados,

*hijos malditos de la unión impura

*a los crímenes todos preparados,

*cuyo peso liviano y pervertido

*mancha la tierra donde habéis nacido.

 

LUIS.*(Con ira reconcentrada pero sin amenaza, pues este personaje ha de dar muestra de cobardía )

*¡Ira de Dios! si el alma no tuviera

*templada por el bárbaro lenguaje

*que siempre usó e! plebeyo, me creyera

*sin fuerzas, sin arrojo o sin coraje.

 

ASAIL. (Aparte a D. Luis viendo que éste va a llamar.)

No te dejes llevar de tus furores.

 

LUIS. Dices bien, Asail, porque su gente…

 

ASAIL. Aborrece de muerte a los señores...

 

LUIS. (Y es mucha y le idolatra y es valiente.)

(Alto a Sorolla.)

Mas que al enojo, a la clemencia quiero

encomendar tu inusitado brío.

 

SOROLLA. A tu clemencia tu rigor prefiero,

que del amor del tigre no me fío.

 

LUIS. *Aunque enemigos siempre, yo el primero

*voy a templar el loco desvarío

*que abrigamos los dos, mi culpa es mucha.

 

SOROLLA. (Con vehemencia.)

*Mi desgracia mayor.

 

LUIS.                                  *No tal, escucha.

*Aunque niegas al noble el sentimiento

*también sentimos el amor profundo.

 

SOROLLA. *Amor que mancha con su impuro aliento

*la amargura sembrando sobre el mundo.

 

LUIS. *Pero amor que domina al pensamiento

*con fin sublime o con antojo inmundo,

*que no por ser el manantial amargo

*lleva menos caudal o es menos largo.

(En tono de relato.)

Andrea como el sol en mi camino

apareció radiante de hermosura,

y sin pensar que fuera un desatino

creyéndola doncella, su destino

quise cambiar llevándola a una altura

 

 SOROLLA.  Por lo menos de franco galardonas.

 

LUIS. Y con franqueza igual a mi relato

te digo que ese amor de que blasonas

ni débil fue ni se cambió en ingrato.

 

ASAIL.(Aparte.)  Con grande astucia pienso que razonas.

 

SOROLLA. Mentira es todo lo que habló tu boca.

 

LUIS. Tu extraña duda con asombro miro

y a tu mujer esclarecerla toca. (Llama a Asail.)

Escúchame, Asail.

 

SOROLLA. (Aparte.)     ¡Tal vez deliro!

 

LUIS. (Aparte a Asail.) ¿Comprendiste mi plan?

 

ASAIL.                                                                 Nací africano.

 

LUIS. Si una palabra, un gesto, una mirada

le indica a este plebeyo valenciano

que mi pasión la contemplé lograda,

su sentencia de muerte está firmada.)

(Indicando con el ademán a Sorolla.)

(Durante este aparte D. Luis le dará a Asail la llave del aposento donde encerró a Andrea, simulando que le explica donde está: Asail se va después de abrir la puerta por donde se fue Andrea.)

 

 

ESCENA VI

  SOROLLA y D.LUIS.

 

 

SOROLLA. Nueva traición en. derredor preveo.

 

LUIS. Tu razón exaltada so extravía,

y acaso dominándote el deseo

piensas ver la traición en la hidalguía.

 

SOROLLA. (Después de una pausa, con decisión.)

        Si aunque liviano al menos en tu abono

(Refiriéndose a Andrea.)

con sus palabras tus acciones prueba,

quede en la sombra mi pasado encono

y otro favor á tu favor le deba.

(Con altivez.) Que ni de necio ni de ruin blasono,

ni la venganza estúpida me lleva

siendo el que muestra tan funesto alarde

el que ansiando luchar se ve cobarde.

 

LUIS. Tu compromiso acepto.

 

 

ESCENA VII

 SOROLLA, D.LUIS, ANDREA, ASAIL.

 

 

ASAIL. (Aparte a Andrea entrando los dos en escena.)

Que su vida depende nada más de una mirada.

 

SOROLLA. (Al ver a Andrea.) Andrea, ven, que el alma dolorida

vuelva á la luz de que se halló privada.

(La actitud de los personajes (y entiéndase que no ha de ser otra) es como sigue. A la derecha del espectador, el primero Asail con la mano sobre el puñal: a su lado y de espaldas a él, Sorolla; en seguida Andrea, volviendo la espalda a Cavanillas, el que está al lado de la mesa delante del sitial y a bastante distancia de Andrea: cuídese bien que esta actitud se conserve hasta nueva indicación pues depende de ello el efecto escénico de la situación.)

 

ANDREA. ¡Mi señor! (Confusa a Sorolla)

 

SOROLLA. (Con sorpresa dolorosa.) Tu Señor! tanto se olvida

que no recuerdas lo que fuiste amada.

(Mirando a D. Luis con encono.)

¿Será cierto, infelice, que mi dicha

trocada miro en bárbara desdicha?

(Movimiento de amenaza en Asail, que le ve Andrea, pero Sorolla no.)

 

ANDREA.(Al ver amenazado a Sorolla, con vehemencia.)

¡Oh cielos! no; por Dios, Guillen, no creas

que el corazón envilecido late:

del pensamiento aleja esas ideas

y al alma tuya la pasión dilate.

 

SOROLLA. (Con pasión ) No dudo, Andrea, no, tu amor vehemente

su proceder inesperado muestra,

quien ama como tú por nada miente,

aún es posible la ventura nuestra;

(Dirigiéndose a D. Luis.)

don Luis, olvida lo que hablé imprudente.

 

LUIS. (Sin mirarlo y tomando el rollo de pergamino.)

Olvidaré cuando tu propia diestra

firme estas condiciones, garantía

de sumisión que da la Germanía.

 

ANDREA. ¿Qué dice el miserable? (Aparte con  ira.)

 

SOROLLA. (Con altivez.)                       Con mesura,

que si el honor ileso me ofreciste

así lo he de guardar se me figura.

 

LUIS. Hay albricias mejor de tu ventura

que esa palabra en que la paz consiste.

(Muestra el pergamino arrollado.)

(Esta escena y lo que le sigue hasta el fin ha de estar perfectamente ensayado, pues la situación difícil y violenta de todos los personajes y los diferentes móviles que los animan, tienen que ser bien expresados para que el público participa de la situación.)

 

ANDREA. (Con vehemencia a Sorolla.)

¡No lo firmes!

 

LUIS. (Amenazante.)  ¡Andrea!

 

SOROLLA. (Con mesura.)         ¡Cavanillas,

si ese papel honrosas condiciones

nos ofrece, sin odio ni rencillas

lo firmarán los bravos campeones

agermanados.

 

ANDREA. (Aparte.) ¡Ay!

 

LUIS.                                    Los acaudillas,

y usando ese poder de que dispones

puedes firmar sin mengua, pues infiero

tu decisión se atenderá primero.

 

SOROLLA (Con altivez.) *Mi decisión en poco se tuviera,

*y aunque lograse tanto mi fortuna

*por nada ni por nadie la impusiera,

*que si es la causa para todos una,

*llamándose esa causa justiciera

*mi decisión mirase inoportuna,

(Marque bien el actor estas frases.)

*que la justicia, para el hombre justo

*no fue tan sólo conseguir su gusto.

 

LUIS. *Pues fírmalo por ti que agradecido

*si blasonas de honrado y caballero

*a la primera condición que pido

*no es bien que me contestes altanero.

(Aparte.) *Si consigo que firme, en su partido

*destruyo la influencia del pechero,

*y es más fácil vencer la germanía.

 

SOROLLA . *La causa de mi pueblo es también mía.

 

LUIS. (Con enojo.)  En fin, te niegas...

 

SOROLLA.                                          Si a firmar me niego

como a escucharte mi deber me obliga,

veré si hay modo de cumplir tu ruego.

 

ANDREA. (Con desesperación.)

¿Por qué a callar el cielo me castiga!

 

SOROLLA. (Adelantando dos pasos hacia Cavanillas.)

Dame, a los míos llevaré ese pliego

y tal vez mucho mi poder consiga.

 

LUIS. (Con cínica galantería.)

Que te lo dé la mano de tu Andrea.

 

ANDREA. (Lo toma como decidida a no dárselo a Guillen si las condiciones son deshonrosas, y le abre con violencia.)

¡Y yo seré quien la demanda lea!

(Pausa. Movimiento de sorpresa de Andrea que observa el pergamino con atención; los demás personajes en expectativa.)

¡Este sello! ¡Qué veo! ¡El asesino

de la africana!

(Mirando a D. Luis y luego a Asail.)

 

SOROLLA. (A Andrea ) Lee.

 

ANDREA. (Alto y con vehemencia.) Dios soberano,

que los fines gobiernas del destino,

por fin admiro tu potente mano.

(Movimiento de sorpresa en todos.)

 

LUIS. Pero Andrea...

 

ANDREA. Don Luis, ¡sois un villano!

 

SOROLLA  ¡Dios del cielo, qué dice! (Con espanto.)

 

LUIS. (A Asail.) Vamos, hiere.

 

ANDREA. (Se interpone rápidamente entre Asail y Sorolla, dando el pergamino abierto a Asail.)

La sangre de su madre, derramada

por lu cobarde mano, no lo quiere.

 

LUIS. (Cayendo en el sitial con muestras de espanto.)

¡Mi sello!

 

ANDREA. (A Sorolla.) ¡Aquí me tienes deshonrada!

 

ASAIL. (Comprueba rápidamente el sello del pergamino con el puñal.)

Por fin!...

 

SOROLLA.     Su sangre necesito...

 

ANDREA y SOROLLA.                       ¡¡Ah!!...

 

ASAIL.                                                                        ¡Muere!

(En el verso que precede la acción es la siguiente: Asail al decir Por fin, avanza el puñal hacia D, Luis, este vuelve la cara con horror al verlo; Sorolla, que también se había abalanzado hacia D. Luis, al ver que Asail lo va a matar indefenso, recobra su serenidad uniendo su exclamación ¡Ah! a la de Andrea, pero ambos la dicen con diferente entonación; cuando Asail va a herir a D. Luis se abalanza impetuosamente hacia él y le arranca el puñal que arroja por detrás del sitial donde sigue anonadado D. Luis, uniendo la acción al verso siguiente.)

 

SOROLLA. Atrás, que la justicia atropellada

pide que caiga su cabeza altiva

sin que la hiera un arma vengativa.

(Movimiento de estupor en todos menos en Cavanillas que sigue anonadado en el sitial.)

 

ASAIL. (Retirándose al segundo término con asombro.)

¡Tú le salvas!

 

ANDREA.            ¡Quién mide su grandeza!

 

LUIS. (Recobrándose.) ¡La muerte sin remedio me amenaza!

 

SOROLLA. (Adelantándose hacia D. Luis, queda en medio de la escena, siendo la actitud de los personajes la siguiente: Asail en segundo término a la derecha, Andrea después, y Sorolla en medio; Cavanillas en el sitial.)

Ser cobarde faltaba a tu vileza,

el torpe miedo y la zozobra aplaza

y atiende bien; el pueblo descontento

tu sangre noble derramar ansia:

hoy mismo convocada por mi acento

se alzará en tribunal la germanía,

y con tu vida infame en ruin tormento

cuenta darías de tanta alevosía,

que siendo una vileza asesinarte

nos cumple como a jueces sentenciarte.

 

LUIS. (Con reconcentrado acento.)

Y esa mujer sin protección alguna

será el mejor adorno en mi morada,

la presea mejor de mi fortuna,

que por desdicha o suerte deshonrada

perdida para ti, por mí ganada.

 

SOROLI.A. (Levantando con la mano la frente de Andrea.)

¡Alza esa frente donde el sol se mira;

tu mano débil en mi diestra posa;

contéstale a ese infame que delira,

que honrada es siempre quien se ve mi esposa.

 

LUIS. (Aparte.) El pecho siento rebosando en ira.

 

ANDREA (A Sorolla.) ¡Siempre se ve tu alma generosa!

 

ASAIL (Coge el puñal y el pergamino sin que le vean diciendo aparte.)

Trayendo al populacho a este recinto

veré mi brazo de su sangre tinto.

(Se va cautelosamente por la segunda puerta de la izquierda.)

 

 

ESCENA VIII

  SOROLLA, D.LUIS, ANDREA, luego PAJE.

 

 

LUIS. (Levantándose al ver que Asail no está.)

Tú y ella en mi poder seréis la prenda

que responda del pueblo valenciano.

 

ANDREA. Cuida da que su enojo no so encienda

con proceder tan bárbaro y villano.

 

LUIS. Su sangre hará que su desliz comprenda

 

SOROLLA. (Con vehemencia.)

Cuando se vierte a impulsos de un tirano,

al mirarla correr de cada gota

un defensor de sus derechos brota.

(Con creciente entonación.)

*Brillante luz de un sol que sobre el cielo

*han de mirar los siglos del mañana,

*tal es la aurora que rompiendo el hielo

*alumbra ya nuestra conciencia humana:

*no penséis detener su raudo vuelo,

*que cual hundió la sociedad pagana

*hundirá en las tinieblas del ocaso

*la ley bastarda que la estorba el paso.

*Justicia y libertad los pueblos gritan,[1]

*las enseñas del Gólgota levantan,

*los poderes informes debilitan,

*á los que sienten el temor espantan;

*y grandes con su fe se precipitan

*y al paso de los siglos se adelantan,

*coronándose reyes en la historia

*con el lauro inmortal de la victoria.

 

LUIS. *Seres ilusos que cruzáis la vida

*mecidos por estúpida esperanza,

*y cuya inteligencia adormecida

*confunde la justicia y la venganza;

*vuestra cabeza al fin rueda podrida

*y al desprenderse de ferrada lanza

*da libertad, tan solo a los gusanos

*que la dejó la muerte por hermanos.

 

ANDREA. (Acercándose al balcón.)

Escuchar un rumor me ha parecido.

 

SOROLLA. (Abriendo el balcón y se asoma.)

El pueblo se aproxima amotinado.

 

ANDREA. Sin duda es Asail quien le ha traído.

 

LUIS. (A Sorolla.) Tú, como buen traidor, le habrás llamado.

 

SOROLLA. ¿Yo traidor?, ¡miserable!

 

LUIS. (Pasa a la derecha, llamando.) ¡Hola, mis gentes!

 

PAJE. ¿Qué ordenáis?

 

LUIS.                             Que la guardia preparada

castigue a los que gritan insolentes.

 

PAJE. No hay guardia en el palacio, licenciada

por un mandato vuestro.

 

ANDREA. (Al oírlo con alegría.) ¡Cielos!

 

LUIS. (Con ira.)

                                                            Mientes:

yo no ordené tal cosa.

 

PAJE. (Confuso.)                     Pues há nada

dijo Asail... y vuestro sello vimos

y al punto su palabra obedecimos.

 

LUIS. ¡Ah! ¡el villano!

 

PAJE.                              ¿Qué se hace?

 

LUIS.                                                          Retirarte.

(Aparte.) Sin Asail aun salvo mi existencia.

 

UNA VOZ.  ¡Muera!

 

ANDREA. (Desde el balcón a D. Luis.)

                                Tu juez se acerca a castigarte,

gobernador infame de Valencia.

 

SOROLLA. (Desde el balcón a D. Luis.)

Ningún poder humano ha de salvarte,

que el pueblo mata al punto que sentencia.

 

VOCES. ¡Muera!

(Cavanillas se acerca á la puerta secreta que abre rápidamente; Sorolla y Andrea siguen en el balcón.)

 

LUIS. (Antes de salir por la puerta secreta.)

                         Tigre feroz; no le detengo,

cadalsos y verdugos le prevengo.

(Se va cerrando con fuerza.)

 

 

ESCENA IX

  SOROLLA, ANDREA, luego ASAIL, VICENTE, AGERMANADOS y PUEBLO, algunos con antorchas encendidas y otros con armas diferentes.

 

 

ANDREA. (Desde el balcón.)

Horrorízate al fin y tiembla, infame.

(Entra en escena a punto que se cierra la puerta secreta; llegándose a ella la empuja con fuerza sin conseguir que ceda; la acción unida a la palabra.)

¡Guillen!

 

SOROLLA. (Entra en escena.) Andrea.

 

ANDREA. (Desesperación.)                     ¡Pronto! se ha escapado.

¿Qué diremos al pueblo cuando clame

por castigar el crimen del malvado!

 

SOROLLA. (Con mesura y dignidad.)

Que a la gran Germanía le reclame

y no ceda hasta verle castigado,

que cuando empuña el cetro de los reyes

dictar puede justicias y hacer leyes.

 

VICENTE. (Dentro, recio.)

¿Sorolla, dónde estás?

 

ASAIL. (Dentro, recio.)           Seguid mi paso.

Por aquí...

 

VICENTE. (Agermanados y pueblo entran en tropel en escena.)

¡Viva el pueblo!

 

SOROLLA. (A todos.) Compañeros,

no imaginéis que con aliento escaso

y con mengua y baldón de vuestros fueros

por el miedo pueril de algún fracaso

trataba con los nobles de venderos.

(Asail que entró con todos en escena y salió de ella por la primera puerta de la izquierda, vuelve a escena y por entre la gente la cruza entrándose por la segunda puerta de la derecha.)

 

VICENTE. Ya lo sabemos.

 

ASAIL. (Antes de salir por la derecha ) ¿Dónde se ha escondido?

(Aparte a Sorolla amenazándole.)

Tiembla, Guillen, si le has favorecido.

 

VICENTE. ¿Dónde está ese tirano?

 

VOCES.                                                  ¡Muera, muera!

 

VICENTE. (A todos.) Silencio, que Sorolla le reclama:

haced callar a los que están afuera.

(Se restablece el silencio, ínterin Asail sale de la habitación segunda de la derecha y entra por la primera puerta del mismo bastidor con la precipitación del que busca y no encuentra; fíjese bien el actor en este detalle.)

No lo encuentro, la sangre se me inflama.

 

SOROLLA. (A todos cogiendo de mano de un agermanado una antorcha )

Levántese el clamor del oprimido,

ruja del pueblo el turbulento encono

que yo, que vuestra saña he contenido

proclamando el perdón, ya no perdono.

Al peso de los hechos convencido

lanzaros quiero junto al mismo trono,

y pues con sangre intentan dominarme

entre lagos de sangre levantarme!

 

VICENTE. (Antes de seguir a Sorolla sale seguido de varios.)

¡Viva Sorolla!

 

TODOS.                  ¡Viva!

 

ANDREA.                              Valencianos,

respetadle, y siguiendo su camino

luchad hasta morir, pues sois hermanos,

y se contempla igual vuestro destino

¡justicia al pueblo y mueran los tiranos!

(Se va también por la izquierda.)

 

TODOS. ¡Mueran! mueran!!! (La escena queda sola. Pausa.)

 

ASAIL. (Por la primera puerta de la derecha, refiriéndose a Guillen.)

                                                  Libraste al asesino

y has vendido al cadalso tu cabeza

que mi venganza con tu gloria empieza!

(Cae el telón a punto que Asail se va por la izquierda.)

 

FIN DEL ACTO SEGUNDO.

 

 


 

ACTO TERCERO

o

EPÍLOGO

 

 

Han pasado tres años. Advertencia para que los trajes no sean los mismos siempre que el vestuario lo permita.

 

Sala de un castillo feudal. Telón de fondo, último término, vista del cielo azul, sin nubes, en el que se dibujan los torreones almenados del castillo. Segundo término, galería con tres arcos cayo frente da al espectador, por cuyos arcos se ve el telón de fondo. Desde el arco tercero de la derecha, más grande que los otros, arranca una gran escalera que viene a terminar en la escena casi al primer término; dicha escalera con balaustrada, está dividida en dos cuerpos, el primero, o sea el superior, ha de ser más estrecho que el inferior, y entre ambos cuerpos ha de haber un espacio o descansillo bastante ancho para permitir al actor accionar con libertad; en la galería, a  la derecha y al remate de la escalera, pero oblicua á telón de fondo, es decir, cortando la galería en su anchara, una gran puerta practicable; a la izquierda y enfrente de dicha puerta prolongación de la galería.

La estancia del primer término figura un aposento con puerta a la derecha al pie de la escalera; en el bastidor izquierdo ventana con vidrios de colores, y en el fondo debajo de la galería y casi enfrente del espectador, una puerta.

Mesa y sitial a la izquierda en primer término, un trofeo con banderas y escudos, pero sin armas, delante déla ventana; sitiales alrededor de la estancia. Al empezar el acto amanece. Sobre la mesa un candelabro encendido.

La decoración ha de tener un carácter severo y grande.

 

 

ESCENA PRIMERA

 PAJES, con dos blandones encendidos; dos HERALDOS, dos JUECES, dos ALGUACILES, ESCUDEROS, un CAPITÁN, SOLDADOS, un VERDUGO con dos AYUDANTES; toda esta comitiva sale por la puerta de la derecha, cruza la escena y se va por la puerta del fondo, menos el Verdugo y sus ayudantes, que suben la escalera saliendo por la puerta de la galería; así que estos últimos desaparecen salen por la puerta del fondo un Capitán y segundo Capitán, viéndose al abrirse la puerta varios soldados.

 

CAPITÁN. (En la puerta a los soldados y señalando al interior del foro.)

Allí, dos centinelas.

(Entra en escena seguido del segundo Capitán; la puerta se cierra.)

                                   Cavanillas

por breve espacio dejará el gobierno

y a Játiva vendrá pues tiene gusto

en presenciar la ejecución.

 

CAP. 2.°                                      Me alegro,

que si acaso la gente se moviera,

que él mismo lo presencie siempre es bueno,

pues a veces nos culpan á nosotros

de no saber intimidar al pueblo.

 

CAPITÁN. (Sentándose. Amanece.)

No temo nada ya, la Germanía

a fuerza de matar por siempre ha muerto,

(Entra un Paje y se lleva el candelabro.)

y al último caudillo que guiaba

con bravo arrojo y con audaz empeño

su cadalso estamos preparando.

 

CAP. 2.° Con premura tan grande que no acierto...

 

CAPITÁN. ¿No aciertas? pues escucha: temerosos,

don Luis de Cavanillas, el primero

de que don Carlos su perdón mandara

la generosa compasión ungiendo,

ahora que ya no tiembla, pues há meses

que dominó la rebelión, quisieron

que al menos a Guillen no le llegase

y con sigilo grande y grande empeño

han hecho que los jueces le sentencien.

 

CAP. 2.° ¡Buena está la justicia!

 

CAPITÁN.                                     En todo tiempo

hubo conciencias anchas, y las leyes

necesitan intérpretes.

 

CAP. 2.°                                 Entiendo:

donde llevan los hombres sus pasiones

no puede haber justicia según veo.

¿De modo que don Luis de Cavanillas

juez y verdugo se titula a un tiempo?

¿No has dicho que vendrá?

 

CAPITÁN.                                    Cortos instantes

antes de ejecutarle a lo que pienso.

 

CAP. 2.° ¿Con aparato y todo?

 

CAPITÁN.                                      No, al contrario,

sus órdenes expresas nos dijeron,

y nada de aparato, con sigilo

por la poterna que en los muros recios

del castillo se mira, sin más gente

que esa guardia feroz de aventureros

que por doquier rodean su persona.

 

CAP. 2,º ¿Y tornará a Valencia?

 

CAPITÁN.                                     En concluyendo

de ver la ejecución: dicen se queda

horas en el castillo, quiere verlo

y tal vez descansar de su viaje.

 

CAP. 2.° ¿Cómo se habrá quedado el pobre preso

al escuchar?...

 

CAPITÁN. (Levantándose.) Sorolla es un valiente;

si en los hondos abismos de su pecho

teme una muerte horrible y deshonrosa

sabe mostrar su espíritu altanero

en la serena faz.

 

CAP. 2.º                       Infamia ha sido

que ese moro traidor, que largo tiempo

comió su pan, le venda.

 

CAPITÁN.                              Se supone

que alguna causa oculta...

 

CAP. 2.º                                         Yo no creo

que haya más causa que las ruines mañas

de esa villana gente.

 

CAPITÁN.                          Pues gran premio

dicen que se ha llevado; sospechaban

que ese moro tuviese algún enredo

con poderoso noble y ha cambiado

la vida de Sorolla por dinero

con que marchar a su lejana tierra

libre ya de zozobra.

 

CAP. 2.°                           ¡Que perverso!

Y dime, ¿no le dejan a Sorolla

que vea a sus amigos o a sus deudos?

porque fuera no hacerlo cobardía.

 

CAPITÁN. Sí, le han dejado señalado tiempo

para ver a los suyos, los que vengan

todos podrán entrar, y a más quisieron

que este aposento de espaciosa anchura

le sirva libremente para verlos.

 

CAP. 2.° Mala suerte han tenido en su contienda.

 

CAPITÁN. La misma que los bravos Comuneros

de Castilla: llevados de su encono

y la justicia de su causa viendo,

arrollaron con ímpetus de fiera

grandezas asentadas en cimientos

que tan solo los siglos con su paso

algunas veces derribar pudieron.

Tres años llevan de mortal pelea.

 

CAP. 2.° Justos tres años, ¡vaya si me acuerdo!

 

CAPITÁN. Y hoy de iracunda saña perseguidos

sin paz ninguna y sin ningún derecho,

contemplan la miseria en torno suyo

más irritados los tiranos dueños,

y las banderas que doquier alzaban

de fanática plebe escarnio siendo.

 

CAP. 2.° De como los que avanzan demasiado

a la postre y al fin pierden terreno.

 

 

ESCENA II

 ASAIL, en traje de artesano rico, por la puerta del fondo, la cual queda cerrada, CAPITÁN, CAPITÁN 2.º

 

 

ASAIL. ¿Dais permiso? (En segundo término.)

 

CAPITÁN. Adelante.

 

CAP. 2.º (Al primero aparte) Algún pariente.

 

ASAIL. ¿El jefe de la guardia?

 

CAPITÁN.                                 Yo soy.

 

ASAIL. (Adelantándose.)                             Vengo

de parte de los jueces que han juzgado

a Sorolla.

 

CAPITÁN.     ¿Y qué más?

 

ASAIL.                                      Lo que deseo

este papel lo dice. (Le da uno al Capitán.)

 

CAPITÁN. (Desdobla el papel enterándose de su contenido.)

                                Bien, veamos.

«Que en sitio retirado y bien dispuesto

»esperéis a don Luis de Cavanillas.»

(Le devuelve el papel.)

 

ASAIL. De su casa criado en otros tiempos

dijéronme que a Játiva venía

 

CAPITÁN. ¿Y quién? (Con curiosidad.)

 

ASAIL.                             Los jueces.

 

CAPITÁN.                                               ¡Ah!

 

ASAIL.                                                                 Pedirle quiero ...

(Mostrando un pliego.)

Lo llevo escrito aquí, como he sabido

que en la ciudad no para.

 

CAPITÁN.                                 Desde luego,

pues los jueces lo piden, veré el modo

de poderos servir. Para hacer tiempo

venios allá dentro, el preso sale

y no quisiera incomodarle.

 

ASAIL.                                       Bueno.

(Aparte.) Por fin voy a matarlo; por mi suerte

la vida de Guillen vendí a buen precio,

tres años persiguiendo dos venganzas

y las dos en un día se cumplieron.

(Sigue a los Capitanes por la escalera y se van los tres por la

puerta de la galería cerrándola.)

 

 

 

ESCENA III

 SOROLLA.

 

 

¡La muerte! ¡sí! ¡la soledad! ¡la nada!

¡el hondo abismo del sepulcro frió!

¡no ver la luz jamás! ¡¡¡qué horror, Dios mio!

………………

¿Por qué voy á morir? ¿qué ley lo exige?

¿Qué poder invencible lo ha ordenado?

¿Quién es el hombre, quién, para arrancarme

el aliento vital que Dios me ha dado?

………………

¡Morir! ¡romper el nudo que sujeta

el rayo abrasador del pensamiento

para dejarlo como luz perdida

en la sombra que envuelve el pensamiento!

¡Dar este cuerpo a la pesada tierra

cuyos húmedos granos

ciñendo mis despojos

arrancaran la carne de mis manos

y los limpios cristales de mis ojos!

………………

¡Oh! ¡qué dolor tan grande, Dios eterno!

Apártate de mí, ¡que no te vea,

profundísimo cáliz de amargura:

hombre soy, y á tan grande desventura

no hay hombre alguno que valiente sea!

………………

Hombre soy, del espíritu sagrado

destello vivo, imagen portentosa,

alma libre nacida en lo increado!

¡Yo no debo temblar ante la fosa!

*Pero morir, rindiendo el albedrío

*a las leyes bastardas del humano,

*morir así... guardando en la conciencia

*odio contra el hermano

*que me arranca la luz de la existencia.

*¿Por qué? porque mi voz murió perdida

*cuando clamaba con potente brío

*por las leyes más santas de la vida!

¡Fuente del bien sobre el cénit hermosa,

ardientes labios apliqué a tu seno

sin ver que el mundo de flaquezas lleno

tornó tu pura linfa en venenosa.

La realidad mató mis ilusiones,

que el alma atribulada

donde buscó justicia, halló pasiones.

………………

¡Justicia! ¡oh Dios! fantástica figura

que en los valles del mundo se presenta

a cuya vista la esperanza aumenta

de unir la vida en fraternal ventura.

La raza humana defenderla jura:

con entusiasmo sus virtudes cuenta,

y al ver su ley inexorable y lenta

sus juramentos olvidar procura!

Las sociedades con funesto anhelo

la enseñanza a su antojo ataviada,

envuelta siempre en misterioso velo,

y el hombre en su existencia desgraciada

si acaso llega a verla es en el cielo

cuando apaga la muerte su mirada!

(Se sienta en el sitial.)

¡Todo acabó, con el cercano día

verá la luz eterna que he soñado

estática de amor el alma mía!

 

 

ESCENA IV

 VICENTE, qne entró antes de que GUILLEN dejase de hablar , deteniéndose en la puerta del fondo avanza á escena. SOROLLA al ruido se vuelve levantándose.

 

 

SOROLLA. ¿Quién es?

 

VICENTE. (Abrazándole.) Guillen!

 

SOROLLA.                                     Placer inesperado,

de la tierna amistad dulce consuelo.

 

VICENTE. (Conteniendo su pena.)

¡Guillen, mi pobre amigo idolatrado!

 

SOROLLA .¡Santa ventura que nos presta el cielo

y que sólo comprende el desgraciado!

 

VICENTE. Te miro, y el dolor que contenía

en el fondo del alma temeroso

de que tu gran dolor aumentaría

le siento rebosar impetuoso

sin que logre calmarlo el alma mía:

llorando estoy aunque llorar no quiero.

 

SOROLLA.¡Llora! ¿Qué mengua nos ofrece el llanto

cuando brota del alma tan sincero?

Con esa ofrenda de mortal quebranto

santificado fue tosco madero.

 

VICENTE. (Con asombro.) ¡Sereno corazón! ¡tu voz tranquila

vibra elocuente sin acerbo grito!

¡brillante luz derrama tu pupila!

 

SOROLLA. (Con dolorosa dulzura.)

Cuando se ve tan cerca lo infinito

el malvado no más tiembla y vacila.

 

VICENTE.¡Pero la muerte! ¡Oh Dios! si me parece

que no es posible tan inmensa calma.

Tu grandeza el asombro se merece.

 

SOROLLA. El hombre se trasforma y enaltece

cuando escucha las voces de su alma.

También derraman lágrimas mis ojos;

si, que esta humana y frágil vestidura

prendida de este mundo en los abrojos

no puede ver la celestial ventura

en la escoria que dejan sus despojos.

También lloré, poro el dolor pasado

atravesó veloz el pensamiento

como la oscura sombra del nublado

que pasa con volar arrebatado

sin manchar el azul del firmamento.

 

VICENTE.¡Y tu vas a morir!

 

SOROLLA. (Con extremada dulzura.) La voz airada

de nuestra sociedad empedernida,

a quien ya no hago falta para nada,

pide con estridente carcajada

el sacrificio de mi inútil vida.

 

VICENTE. ¡Que sólo veas porvenir tan triste,

tú que a tu pueblo y a tu raza diste

de noble libertad santa bandera,

y que el derecho entronizar supiste

bajo el dosel de la virtud severa!

 

SOROLLA. La muerte espero, sí, y escucha atento,

que al acercarnos al postrer instante

se torna más sutil el pensamiento

y la razón alumbra unís brillante

el humano y mortal entendimiento.

Piélago de pasiones donde mora

la efímera justicia de la tierra

tal es aquesta sociedad traidora

que nos brinda con frase encantadora

todo el veneno que en su seno encierra,

*Nace en ella el creyente, que sumiso

*al espíritu excelso que le anima

*quiere mostrar el porvenir conciso

*y sus leyes le mandan que es preciso

*que con su sangre el porvenir redima...

 

VICENTE. (Interrogándole.)

Ley de la tierra, que la Justa Mano

no confirmó jamás desde su altura...

 

SOROLLA. Pero ley fija del linaje humano

ante cuyo dominio soberano

es átomo, no más, la criatura.

Las edades avanzan sobre el mundo

por el mandato del poder divino,

y cumplen lentamente su destino

dejando en sombras con desdén profundo

a los que las enseñan su camino.

 

VICENTE.¿Entonces tú?...

 

SOROLLA. (Con dulzura.) Yo soy cual leve llama

de gigantesca hoguera desprendida

que en rojo fuego el horizonte inflama

y ráfaga del viento desparrama

quedando en breve tiempo oscurecida.

Yo quise hallar para la patria mía

de la justicia la inmortal diadema,

y en esta cárcel imponente y fría

he visto que es muy presto todavía

para ofrecerle tan precioso emblema.

Fuerza es ya sucumbir; breve minuto

el horizonte iluminó la idea;

la llama se apagó, cumplí el tributo.

Junto al vivo fulgor el negro luto

es necesario que la historia vea.

 

VICENTE. Pues bien, entonces bárbaras legiones

son aquellas que luchan con firmeza

por conquistar derechos y razones,

¿Qué le importan la ley ni las naciones

al que sabe que pierde su cabeza?

 

SOROLLA. Y ¿qué le importa el encontrar la muerte

al que buscando la justicia amada

sabe que con la sangre que se vierte

queda siempre la tierra fecundada

prestando vida a lo que nace inerte?

*¿Quién ha visto en su efímera existencia

*cumplido el sueño que atesora el alma?

*¿Quién descubre el camino de una ciencia

*sin conquistar la inmarcesible palma

*galardón de la noble inteligencia?

 

VICENTE. (Con desaliento.) ¿Y ha de llevar el tiempo en su carrera

miles de seres, mártires al cielo,

sin llegarse a cumplir en nuestra esfera

esas leyes de amor y de consuelo,

llamadas hoy fantástica quimera?

 

SOROLLA. (Después de una pausa.)

La solitaria palma en el desierto

sembrada por los vientos tropicales,

apenas brota sobre el suelo yerto

la acometen con fiero desconcierto

las olas de esos grandes arenales.

Llega una caravana, el peregrino

a quien la soledad le infunde pena

meditando tal vez sobre el destino

al encontrar la palma en su camino

la protege del viento y de la arena.

Él pasa, el huracán que le persigue

al vano polvo vuelve su ceniza,

pero en tanto la palma quebradiza

defendida por él lenta prosigue

creciendo entre la arena movediza.

*Aparece después la tribu errante.

*y al verla aquellos hombres infelices

*que la ventura tienen tan distante,

*se paran a gozar un breve instante

*la frescura que brindan sus raíces.

*Luchan feroces por llamarla suya,

*queda la blanca arena enrojecida,

*y en tanto aquella palma apetecida

*antes de que el combate se concluya

*recoge de la muerte nueva vida.

 

VICENTE. Para ofrecer levísimo reposo

a alguna corta y pobre caravana.

 

SOROLLA. Para formar un sitio tan hermoso

que nunca el pensamiento caprichoso

llegó a pintarlo con palabra humana.

Oasis de clarísimas corrientes,

de sauces, de magnolias, de arrayanes,

con cielos de zafiros trasparentes

a quien no empañan nunca sus orientes,

ni tormentas, ni nieblas, ni huracanes.

Si al emprender de nuevo su camino

tal belleza soñara el peregrino

que protegió la palma contra el viento,

la tuviera no más por desatino

de los que forja el libre pensamiento.

 

VICENTE.¿Y esa ley de las altas perfecciones?

 

SOROLLA. La mira el hombre en derredor nacida

y arraiga en nuestro mundo combatida

por el fiero huracán de las pasiones

que reina en los desiertos de la vida.

¡Quimérica ilusión, vano delirio,

exclamamos al verla los mortales

luchando con los recios vendavales,

sufriendo, sin cesar, rudo martirio

solitaria en ardientes arenales!

Peregrinos de inmensa caravana

debemos protegerla contra el viento

sin pensar en las luchas del mañana.

¡Que ella se afirme y llegará el momento

en que proteja a la familia humana!

 

VICENTE. El alma de entusiasmo poseída

su ardiente fe recobra al escucharte.

Tienes razón; ¿qué importa nuestra vida

ante esa ley eterna y sin medida

de la esencia de Dios bendita parte?

¡Escogido mortal; tu sacrificio,

tu sangre generosa derramada

por castigar la impunidad del vicio

habrá de ser la ofrenda más preciada

en los anales del eterno juicio!

 

SOROLLA.. ¡¡Esa fe inquebrantable me sostiene

y con firme valor la muerte espero!!

¡Desgraciado el mortal que no la tiene,

será tal su dolor, que considero

que en fuerza del tormento se condene

y en los breves instantes de agonía

que a este mundo separan del eterno

cuando se encuentre su razón impía

al cuerpo inerte, á la materia fría,

en un minuto sufrirá el infierno!

 

VICENTE.¡Heroísmo, Guillen, has demostrado

que el alma tuya sin dolor camina!

 

SOROLLA.¿El alma sin dolor? ¡ay! ¡desgraciado

el que guardo, es horrible y me asesina

y no puedo apartarlo de mi lado.

¡Andrea!, esa mitad de mi existencia,

ese inocente ser, casta figura

dormida en el umbral de mi conciencia

para templar con mágica dulzura

el fuego de mi audaz inteligencia.

 

VICENTE. (Aparte.) ¡Desdichado Guillen!

 

SOROLLA.                                                   Mujer amada,

perfecta imagen del amor de esposa,

compañera constante y cariñosa

de mi vida intranquila y desgraciada

a quien voy a dejar abandonada.

 

VICENTE. Te juro por el cielo, hermano mío.

que velaré por ella.

 

SOROLLA.                     Con el alma

en tu sagrado juramento fío,

mas... la quisiera ver.

 

VICENTE. (Aparte.)            ¡Oh! qué extravío!

 

SOROLLA. No temas, no, conservaré la calma.

 

VICENTE.¡Verla tranquilo!

 

SOROLLA.                               Sí, verla un instante,

fijar mis ojos por la vez postrera

en la dulce expresión de su semblante

y acudir á la muerte que me espera

llevando un beso de su labio amante.

 

VICENTE. Piensa bien que el dolor la mataría,

si a sospechar llegase que tu muerte

está más cerca que el cercano día:

medita con despacio en tu agonía

y acaso el corazón sientas inerte.

 

SOROLLA. No; quiero verla.

 

VICENTE.                                 Bien, voy presuroso;

ha tiempo que ha fijado su morada

en la ciudad que es cárcel de su esposo:

presto será contigo si en reposo

me ofreces esperarla.

 

SOROLLA. (Siguiendo su pensamiento.) ¡Desdichada!

Que no se entere...

 

VICENTE.                        No, voy prevenido

y lograré dejarla en tu presencia

sin que pueda saber ni a qué ha venido.

¿Tendrás valor?

 

SOROLLA. (Antes de salir.) Le llevo en mi conciencia

ahí nació por el dolor mecido.

(Se van; Vicente por la puerta del foro.)

 

 

 

ESCENA V

 CAPITÁN, CAPITÁN 2.º y SOLDADOS, por la puerta de la galería»

 

 

CAPITÁN. Quitad todas las guardias que vigilan

su prisión.

(Baja el segando Capitán, entrando en la prisión de Sorolla y a  poco salen dos soldados que se van por el foro. Volviéndose a los soldados.)

                      Cerrad por dentro

la puerta que hay al fin de aquel terrado:

(Dos soldados se van por la izquierda.)

avisad a los frailes que a lo menos

acudan al castillo media hora

antes que muera:

(Bajan dos soldados marchándose por cl foro.)

la señal haciendo

cuando don Luis asome por la vega

buscadme ni no acudo.

 

SOLDADO. (Antes de salir con los demás por la puerta de la galería.)

Vamos presto.

(Los ayudantes del verdugo y varios soldados cruzan la galería  desapareciendo por la izquierda: los primeros llevan el hacha y  paños rojos.)

 

CAP. 2.º (Saliendo de la prisión de Sorolla a punto que el Capitán baja la escalera.)

¿Bajas a la ciudad?

 

CAPITÁN.                      No por ahora:

encargome el alcaide grande esmero

y voy á recorrer los baluartes

y el recinto exterior.

 

CAP. 2.° (Subiendo la escalera.) Pues hasta luego.

 

CAPITÁN. Si tardo en acudir que no te olvides

de buscar un buen sitio a ese pechero.

 

CAP. 2.° No se me olvida, no, y en cuanto sepa

por donde va don Luis pensaré el medio

de servirle.

 

CAPITÁN.         Si queda en el castillo

por aquí ha de pasar, que para ello

no tiene otro camino.

 

CAP. 2.º                              Pues entonces

le mandaré venir a este aposento

que es lugar muy conforme para el caso.

 

CAPITÁN. (Antes de salir por el foro.)

Que vigiles en tanto que yo vuelvo.

(Se van; el uno por el foro y el otro por la puerta de la galería.

 

 

ESCENA VI

 SOROLLA, luego ANDREA y VICENTE.

 

 

SOROLLA. ¡Cuánto tarda! ¡Dios mió!, ¡cuánto tarda!

¡Házmela ver, Señor! ¡Tanto la quiero

que imagino morir sin esperanzas

si una vez solamente no la veo!

………………….

Y el tiempo corre, y la impaciencia mía

siento en mi corazón que va creciendo...

(Salen Andrea y Vicente por el foro; Vicente al ver a Sorolla

se retira por donde vino.)

 

SOROLLA. (Abrazando a Andrea.)

Andrea, ¡bien del alma idolatrado!

 

ANDREA. ¡Guillen! ¡Guillen! de su dolor profundo

descansa el corazón acongojado.

¡Sin este santo amor, qué fuera el mundo!

 

SOROLLA. (Aparte mientras Andrea queda reclinada en su pecho.)

¡Y habrán de separarme de su lado!

¡Maldita ceguedad, odio iracundo

que conviertes al hombre en un malvado

haciéndole jugar con fiera calma

con las pasiones que atesora el alma!

 

ANDREA. ¡Si tú me hubieras visto!... ¡Qué agonía,

qué tormentoso afán, qué desconsuelo,

qué lucha en la turbada fantasía,

qué dudar de los hombres y del cielo.

y al mirarte por fin, ¡cuánta alegría,

cuánta felicidad!

 

SOROLLA.                ¡Calma tu anhelo!

 

ANDREA. (Sentándose en el sitial casi desvanecida.)

¡Calma en tonto placer! ¡si es tan estrecho

este débil recinto de mi pecho!

 

SOROLLA.  ¡Andrea, Andrea! ¡lumbre de mi vida!

(Aparte.) Y lo habrá de saber, ¡destino impío!

Su emoción la dejó desvanecida,

cuando yo muera, entonces! ¡siento frió!]

(Procurando que vuelva en sí Andrea.)

¡Andrea!

 

ANDREA.      ¡Tanta dicha inadvertida!

 

SOROLLA. ¡Cielo inmortal del pensamiento mió,

vuelve los ojos hacia mí, que mire

el alma tuya y en tu amor respire!

 

ANDREA. Míralos, ya no tienen más destino

que seguir con su luz enamorada

la senda que los marque tu camino,

porque, mira, Guillen, nadie ni nada

de ti me ha de apartar.

 

SOROLLA. (Aparte.)            ¡Cielo divino!

 

ANDREA. ¿Por qué ha de ser Andrea desgraciada?

 

SOROLLA. (Siguiendo su pensamiento.)

 Tienes razón; ¿por qué? ¡por qué. Dios santo!

 

ANDREA. De tus ojos, Guillen, se escapa el llanto;

(Levantándose.) ¿qué es esto, di, que nueva desventura

puede arrancar de tu acerado pecho

ese ardiente raudal de la amargura?

 

SOROLLA. La indignación de ver santo derecho

hollado por la bárbara locura

de una raza feroz, torpe derecho

de miserable orgullo y de flaqueza

que arroja con desden naturaleza.

 

ANDREA. ¡Indignación! Contempla ese infinito

(Señalando al cielo.)

donde la luz en ondas trasparentes

baja a los orbes cual maná bendito

de las eternas celestiales fuentes;

busca después con ansia tu delito

y si el calor de la conciencia sientes...

 

SOROLLA.. Andrea, sigue; tu inspirado acento

ilumina otra vez mi pensamiento.

 

ANDREA. (Con tono profético.)

Busca en el alma ese algo que nos guía

hacia el eterno sol del paraíso,

y recuerda la santa profecía

que Dios al hombre confiarle quiso.

 

SOROLLA. Sí, la recuerdo bien, con valentía

abrazaré mi cruz, pues es preciso...

 

ANDREA. Y pagarás la deuda contraída

por gozar de los bienes de la vida.

 

SOROLLA. (Dispuesto a decir a Andrea que va a morir.)

Siempre te he visto así y así te quiero,

que la mujer valiente y cariñosa,

la que tiene el amor por bien primero

y el alto fin comprende de la esposa,

cuando lo ha menester su compañero

debe encontrarla grande y valerosa.

 

ANDREA. ¿Cómo no, si el placer que me enajena

odio y dolor con frenesí condena?

 

SOROLLA. (Aparte.) Si ella supiera que cercana muerte

levantará un abismo insuperable...

(Alto.) ¡Ven a mis brazos, ven, yo quiero verte!

 

ANDREA. ¿Qué tienes? ¿qué zozobra inexplicable

turba tu corazón? ¿qué mejor suerte

que huir de este recinto abominable?

 

SOROLLA.  ¡Oh! calla, calla! (Aparte.) Su razón delira

o el mismo cielo su palabra inspira.

 

ANDREA. ¡Guillen! esposo mío, me horroriza

esa expresión de espanto que te ciega,

sabes que no soy hembra asustadiza

y que mi amor hasta el martirio llega:

¿qué otro nuevo dolor nos tiraniza?

¿tal vez la libertad que se te niega?

 

SOROLLA. (Aparte con terror.) Yo no puedo decirle, no, no puedo.

 

ANDREA. ¿Callas? ¡callas, Guillen!

 

SOROLLA.                                          ¡Sí!... ¡tengo miedo!...

 

ANDREA. ¿Se te niega ese bien? ¿verdad qué es eso?

¿qué más pudiera ser!...

 

SOROLLA.                              ¡Oh! ¡sí! desecha

otra vana ilusión! ¡como el proceso

ha sido largo... y luego... satisfecha

puedes vivir...

 

ANDREA.               ¡Vivir estando preso!

 

SOROLLA. (Y no ve mi dolor, y no sospecha...)

 

ANDREA. ¡Y yo soñé tu libertad. (Aparte.) Locura,

no le debo afligir con mi amargura.

(Alto.) Pero cómo ha de ser. Tal vez cercano

el fallo de esos hombres justiciero

preste su apoyo al desvalido hermano

y le dé libertad al prisionero:

estos son los deberes del humano

y que los cumplan con paciencia espero.

¿Tú también la tendrás, que por lejana

no dudarás de la justicia humana?

 

SOROLLA.¿Dudar yo?... Tu palabra cariñosa

vibrando como acero en mis oídos,

arrebató la sombra tenebrosa

henchida de sarcasmos y quejidos

que mi razón turbada y vanidosa

desplegaba por fuerza en mis sentidos.

¿Qué mayor bien para el que no es culpable

que huir de este recinto abominable!!

(Volviéndose al foro y como si estuviese solo.)

¡Tribunal que me juzgas en la tierra,

no eres injusto, no, yo be deseado

el alto bien que la justicia encierra

y tu fallo de muerte me lo ha dado!!

 

ANDREA.¡Jesucristo! (Cae.)

 

SOROLLA.                         ¿Qué esto? ¡Andrea! ¡Andrea!

¡Muerta tal vez! ¡Oh, no! ¡piedad, Dios santo!

¡No la mates! ¡no! ¡no! ¡que yo la vea!

No me escucha... ¡Señor, mira este llanto!

¡ten compasión del pobre peregrino

que ya no cuenta más que breve día

para llegar al fin de su camino

con la pesada cruz de su agonía!

(Andrea se incorpora apoyándose en el sitial. Sorolla la sostiene.)

Abre los ojos.

 

ANDREA. (Con extravío.) ¡Muerte! ¡Muerte!

 

SOROLLA.                                                        Escucha;

me dejé arrebatar...

 

ANDREA. (Sentándose en el sitial.) Terrible arcano.

la muerte en un cadalso sin la lucha.

¿Pero es esto verdad! tu fin cercano

y brilla el sol tranquilo en su techumbre. (Levantándose).

 

SOROLLA. (Abrazándola ) Dulce bien de mi amor, no desvaríes.

 

ANDREA. ¿Y no estoy muerta ya de pesadumbre?

(Sorolla procura sonreír.)

Pero tal vez!... ¡oh, sí! ¡sí, te sonríes!...

no será esa sentencia la postrera,

respóndeme. (Ademanes de extravío.)

 

SOROLLA.            No, no, largo es el plazo.

 

ANDREA. (Vivamente.) Hay que lograr perdón, me voy.

 

SOROLLA.                                                                             Espera,

no te vayas así, dame otro abrazo.

 

VICENTE. (Entra, quedándóse parado delante de la puerta.)

 

ANDREA. Ya está Vicente aquí.

 

SOROLLA. (A Vicente.) (Aparte primero para sí.) Sonó la hora,

 ni una palabra.

 

VICENTE. (Aparte.) Bien.

(Alto.)                              Andrea.

 

ANDREA.                                          Vamos.

 

SOROLLA. (Y en esa confianza aterradora...)

Escucha. (Aparte.) ¡Oh, no!

 

ANDREA.                                 Muy pronto regresaremos;

muy presto, sí... ¡Verás, verás mis ojos

cómo arrancan del hombre la clemencia.

¿Para qué quiere el alma estos despojos

si no logran salvarte la existencia?...

 

SOROLLA. A dónde vas...

(Aparte a Vicente.) Ni un punto la abandones.

 

VICENTE. (Descuida.)

 

ANDREA.                     Voy a ver si mi delirio

conmueve las humanas sensaciones,

y una víctima salvo del martirio.

Adiós, Guillen, adiós.

 

SOROLLA.                          ¡¡Qué es lo que siento!!

Mira, atiende... Una lágrima ha caído

y te la quise dar… (Se abrazan.)

 

VICENTE. (Llorando y aparte) ¡Oh qué tormento!

(Alto.) Vamos,

 

SOROLLA. (Detiene a Andrea en sus brazos y se quita del cuello una cadenita con una pequeña pieza de marfil, y mientras la abraza la pone en su cuello. La acción unida a la palabra.)

 

ANDREA. (Despidiéndose.) ¡Guillen!

 

SOROLLA.                                          ¡Involuntario olvido!

Te quise sorprender... y... la alegría

de lograr un perdón tan deseado,..

 

ANDREA. El perdón, ¡vamos!

 

SOROLLA. (Aparte.) ¡De la infancia mía

el único recuerdo conservado!

 

VICENTE. (Al ver que se abre la puerta de la galería.)

(¡Que ya se acercan!)

 

SOROLLA.                        ¡Ay!

 

ANDREA.                                    Ten esperanza,

que el tiempo pasa breve en nuestra vida,

y el que sufrió dolor placer alcanza!

 

SOROLLA. ¡¡¡Adiós!!!

 

ANDREA. (Abrazándole.) ¡Adiós!

 

VICENTE. (Llorando.)                   ¡Qué horrible despedida!

 

(Se van por el foro.)

 

 

ESCENA VII

 Mientras termina la anterior escena y principia la presente, se abre la puerta de la galería y aparecen dos FRAILES que bajan lentamente la escalera: mientras Sorolla dice !os primeros versos de la escena uno de los Frailes baja delante y lleva una cruz de madera pero sin Cristo.

 

 

SOROLLA. (Después de despedirse de Andrea, se sienta en el sitial con abatimiento profundo.)

¡Qué noche de tristeza me rodea!

¡Sólo con mi dolor, junto al abismo!

¡¡Luz para mí, que el alma se anonada!! (Pausa.)

¡Caridad fraternal!... ¡¡Sarcasmo!!

 

FRAILE. (Que se habrá ido acercando lentamente, mientras con una mano

presenta la cruz, con la otra rodea el cuello de Sorolla.)

                                                                ¡¡Hijo!!

 

SOROLLA.. ¡Mi cruz! ¡mi cruz! Es esta, sí, la veo. (Levantándose.)

Vuestro soy ya, llevadme a mi suplicio.

(El Fraile se le lleva á la prisión, seguido de otro fraile que durante el diálogo habrá quedado al pie de la escalera.)

 

 

ESCENA VIII

ASAIL y CAPITÁN 2.º

 

CAP. 2.° (En la galería, señalando a la puerta de la derecha, prisión de Sorolla.)

Por allí saldrá el reo: su cadalso

(Señalando a la izquierda de la galería.)

puede verse muy bien desde este sitio:

(Bajando seguido de Asail.)

cuando todo concluya y los clarines

anuncien despejar, por aquí mismo

bajará Cavanillas con su gente.

(En escena ya.) Parece que se queda en el castillo

por breve tiempo. Entonces te adelantas

y puedes entregarle el manuscrito.

 

ASAIL. ¿Y Sorolla? Sabéis que no quisiera...

 

CAP. 2.° No quieres que te vea, sí, lo has dicho

y no se me olvidó, pero descuida,

no te verá. Con tiempo muy preciso

le sacarán de la prisión: si acaso

detrás de ese trofeo, con sigilo

puedes estar oculto mientras sube.

 

ASAIL. Bien: ¿tardará?

 

CAP. 2.° Muy poco, se ha corrido

que le va a perdonar el rey y temen

que le alcance el perdón sin el castigo:

(Se oye en lejano toque de clarín.)

por eso tienen prisa en despacharle.

Voime a mi puesto.

 

ASAIL. (Aparte.) ¡Perdonar!

 

CAP. 2.°                                 Confío

en que tendrás corteses miramientos

al entregar tu petición.

 

ASAIL. (Con intención.)                        No olvido,

y todos los favores que le debo

os juro... le serán correspondidos.

(El Capitán se va por la puerta de la galería.)

 

 

ESCENA IX

 ASAIL, solo.

 

¡Perdonar!... ¡Qué palabra tan hermosa

para el supersticioso fanatismo

de esta raza, que mira en una fosa

algo más que la sombra de un abismo!

*Perdonar y morir sin que en la vida

*que solo cuenta con fugaz momento,

*cambiemos el sufrir, por sufrimiento,

*la herida, por la herida

*y el horrible tormento, por tormento.

El perdón ¡oh! el perdón es una idea

apoyo vano de flaqueza humana

que no puede vengarse y que perdona

soñando la venganza en un mañana

que le entreabre las puertas de la muerte.

¡Sólo el débil perdona, nunca el fuerte!

(Pausa.) ¡Ay madre idolatrada,

sí, quedarás vengada  

*y tu sangre inocente

*que en rojas manchas salpicó mi frente

*presto será lavada

*con sangre del infame delincuente...

Y Sorolla se puso en mi camino

y desvió mi brazo justiciero

y yo no le maté... sí, le he matado:

ese cadalso, que en la torre veo

y sólo espera al reo

fue por el odio mío levantado.

(Pausa.)Y odio y muerte tuviera

aqueste mismo corazón que late

si la muerte y el odio mereciera,

que no hay justicia humana que aquilate

lo que yo mismo aquilatar supiera.

(Salen de la prisión Sorolla y los dos frailes y comienzan a subir la escalera seguidos de dos soldados que pocos momentos antes habrán bajado por la escalera entrando en la prisión. De-lante Sorolla y un fraile, detrás el otro y cerrando la marcha, los soldados. En lo alto de la galería esperan más soldados delante de la puerta. )

 ASAIL. (Detrás del trofeo.) Ya está aquí, su soberbia desmedida,

ese afán de enmendar la ley humana

le arranca el peso de su pobre vida.

 

 SOROLLA. Padre, qué lejos estaré mañana

de este pequeño mundo!

¡Qué luz tan celestial verán mis ojos,

qué espacio tan eterno y tan profundo.

 

ASAIL. Al mirarle de nuevo mis enojos

siento brotar del alma.

él me impidió matar...

 

SOROLLA. (En la galería.)       ¡Qué hermosa calma!

(Le da un rayo de luz en la cabeza.)

¡Mirad, padre, mirad en mi cabeza

un rayo de ese sol incandescente;

¡qué cielo tan azul, qué aire tan puro

siento cruzar por mi ardorosa frente!

 

ASAIL. ¿Si llegará el perdón antes que muera?

 

SOROLLA. (Asomándose a la baranda de la galería por el foro.)

Cuánto pueblo se agolpa en esa plaza.

 

ASAIL. Ese perdón si por aquí viniera,

      en balde le sería,

que es lo primero la justicia mía.

 

SOROLLA.¿Y decir que es del pueblo la amenaza?

No, padre, con su espíritu apocado

qué puede comprender el desgraciado?

Él es irresponsable de mi muerte:

si con su voz airada me condena,

buscad despacio y hallareis por causa

que sólo atiende inspiración ajena.

(Durante estos últimos versos se oye un confuso rumor muy le-

jano viniendo de abajo.)

 

ASAIL. (Ya en medio de escena.)

Nadie, ni nada cambiará su suerte.

 

SOROLLA. (Dirigiéndose al pueblo.)

Germen lleno de vida y movimiento...

errante y solo a la merced del viento...

 

ASAIL. ¡Qué dilación! En mi furor me abraso.

 

SOROLLA. Hoy clamas porque ruede mi cabeza,

tal vez mañana seguirás mi paso,

lágrimas derramando de tristeza...

(Se oye un clarín.)

 

FRAILE. El cadalso está allí, ¡mirad al cielo!

 

SOROLLA. (Separándose de la balaustrada.)

Hijas del cielo son mis reflexiones

que sólo en este trance sin consuelo

sabemos apreciar nuestras pasiones.

 

CAPITÁN. (Dentro.) No detenerse.

 

ASAIL.                                              Al fin...

 

FRAILE.                                                          Sigamos, hijo.

 

ASAIL. Vengado estoy, de lo que en ti se encierra

no quedará memoria.

 

CAP. 2.º Vamos, apresurad...

 

FRAILE. (Antes de desaparecer.) De leve tierra

nacimos: con la muerte está la gloria.

 

SOROLLA. Ya lo sé, padre mío, no me aterra

ese cadalso; viviré en la historia. (Se van.)

 

 

ESCENA X

 ASAIL solo, luego ANDREA.

 

ASAIL. (Sube dos escalones desde donde se supone que ve a Sorolla.)

¡Que sereno camina! el cristianismo,

le da a la muerte un cetro soberano.

¡Qué poder tiene sobre el ser humano

ese bello ideal del heroísmo!!

 

ANDREA. (Dentro.) ¡Dejadme!

 

ASAIL. (Escuchando.) Ese rumor... ¡La voz de Andrea!

 

ANDREA. ¡Traigo el perdón!

 

ASAIL. ¡Perdón! de aquí no pasa!

 

VOZ. (Dentro.) Dejadla, será tarde cuando llegue.

 

ANDREA. (Entra con un pergamino en la mano.)

¡Ya está aquí tu perdón, Guillen del alma!

 

ASAIL.  (Cerrándola el paso.)

Atrás.

 

ANDREA. ¿Tú aquí, Asail! ¡Déjame paso.

 

ASAIL.  ¿Dónde vas, infeliz?

 

ANDREA.                                 Por Dios, aparta,

que le traigo el perdón.

 

ASAIL.  (Deteniéndola.)           ¿Quién te lo ha dado?

 

ANDREA. El rey, desde Castilla se le manda.

 

ASAIL. Siempre llegaron tarde sus perdones.

 

ANDREA. ¡Qué dices! Santo Dios... ¡Paso!

 

ASAIL.                                                               Insensata,

Sorolla con su falso idealismo

de un asesino defendió la causa.

 

ANDREA. Sorolla es la virtud sin el orgullo,

la severa justicia sin venganza.

 

ASAIL. Pronto nada será.

 

ANDREA.                           ¡ Virgen del cielo!

¡Guillen, Guillen!

 

ASAIL. (La detiene por la mano.) La voz de tu garganta

no llegará al cadalso donde expía...

 

ANDREA. (Luchando por desasirse de Asail y completando el pensamiento de éste.)

Los crímenes sin nombre de tu raza.

 

ASAIL. (Viendo la joya que Andrea lleva al cuello y que se la puso

Sorolla al despedirse.)

¡Qué es esto! ¿De quién es este amuleto?

 

Andrea. ¡Paso, cobarde!

 

ASAIL.                                 Di, responde, habla,

habla y te dejo libre.

 

ANDREA.                        Me lo ha dado

Guillen!... Déjame paso.

 

ASAIL.                                   ¡Oh Dios! aguarda.

¿Quienes fueron sus padres? Presto, presto.

 

ANDREA. (Con viveza.) No lo supo jamás, se le halló en Játiva

cuando apenas tres años contaría.

 

ASAIL. (Dando un grito, deja libre a Andrea que sube la escalera precipitadamente agitando el pergamino.)

¡Mi hermano!

 

ANDREA. (Gritando.) ¡Su perdón!

 

ASAIL.                                             ¡Madre del alma,

el hijo tuyo muere y yo le mato!

(Comienza a subir precipitadamente la escalera llegando al descansillo a punto que Andrea llega al fin de la escalera.)

¡Deteneros! ¡perdón!

 

ANDREA. (Da un grito cayendo de rodillas al pie de una columna.)

                                      ¡Ay Virgen santa!

 

ASAIL. (Queda inmóvil en el descansillo de la escalera.)

¡Es tarde ya! ¡y ha muerto ¡y yo estoy vivo!

 

UNA VOZ. (Dentro viniendo de la izquierda.)

Pueblo, cumpliose la justicia humana.

(Toque de clarines.)

 

ASAIL. Esos clarines... ¡moriré en matando!

(Desenvaina el puñal.)

 

VOZ. ¡Ha del paje! (Dentro derecha.)

 

OTRA VOZ.             ¡Aquí estoy!

 

OTRA VOZ.                                        Toda la guardia

que trajo Cavanillas que se apreste

en la poterna: por allí se marcha.

 

ASAIL. ¡Maldición de la tierra y de los cielos,

para siempre se frustra mi venganza!

 

ANDREA. (Se levanta loca, llama.)

Guillen... ¿ha muerto? no, que allí le veo!

Asail, vamos, vamos, que nos llama.

(Se oye rumor de voces lejanas y confusas.)

Y A su pueblo, y el pueblo le responde;

¡y quisieron matarlo! ¡que ignorancia!

(Señalando primero á la izquierda y luego hacia el foro.)

le mataron allí... Y allí renace.

……………………..

Ya voy Guillen, ya voy.

(Sale corriendo por la izquierda dando una carcajada.)

 

ASAIL. (Levantando el puñal.) ¡Odio y venganza!

Miserable puñal del asesino!

cumple al fin tu misión, cúmplela y mata.

(Se clava el puñal y cae.)

(Cae el telón rápidamente.)

 

FIN DEL DRAMA.

 

 

 

Nota. Se suplica a los directores de escena ensayen bien el segundo acto.



[1] Esta octava debe suprimirse en la representación solo en caso de necesidad.

 

 

Rosario de Acuña y Villanueva.

Una heterodoxa en la España del Concordato

Rosario de Acuña y Villanueva. Comentarios

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